jueves, 7 de septiembre de 2017

Uso del alma como arma letal.

Echo de menos que alguien sea real y me diga que no siempre irán las cosas bien, que nunca será todo bonito y que la vida no es una carrera en línea recta, sino un laberinto con curvas, ramificaciones, atajos y callejones sin salida; no me gusta escuchar siempre que la vida da vueltas de ciento ochenta grados. Solo de ciento ochenta. Y no es así. Por más que nos cueste asumirlo, muchas veces giramos y giramos hasta acabar mareados en el suelo o damos vueltas con el objetivo de cambiar y acabamos en el punto de salida. Tampoco llegan las cosas solas ni el tiempo pone a cada uno en su lugar; hay "te quiero" que son de verdad y muchos otros que se quedan en nada, promesas que se las lleva el viento o personas que soplan fuerte con el objetivo de que te vayas con el aire. 
No quiero pensar tampoco que lo bueno pasa solo a los buenos, porque si algo es verdad es que ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos. Y que la gente no cambia: experimenta y evoluciona, pero nunca lo hace por motivo ninguno. Aunque ¡claro que existe el optimismo!, pero es más fácil quedarse ahí, con eso, que no ver que también existe la negatividad, que no todo es blanco o negro si no que hay una amplia paleta de tonalidades de por medio. 

Estoy cansada de ver cifras exactas y no decimales, del café mal hecho camuflado por azúcar y de modas absurdas para disimular vacíos internos. Estoy asqueada de tanta palabra sin trasfondo y de todos los infelices que se niegan a aceptar que han tocado fondo, que están hundidos, porque les resulta más gratificante engañarse que estar en lo cierto, porque es mucho más sencillo asimilar que la felicidad es permanente y no momentos. Porque yo sigo creyendo en el amor, y no en el amor de boquilla sino en el amor de risas entre sorbo y sorbo de refresco en ese bar de mala muerte en el que dos personas han entrado a causa de la lluvia. Creo también en la fuerza de voluntad, en la inexistencia de las medias naranjas y en la independencia de las miradas que se cruzan con el fin de entrelazarse, de encontrarse y parar el mundo. Creo en parar el tiempo aunque solo sea deteniendo un reloj, en el uso del alma como arma letal. 

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