lunes, 23 de marzo de 2020

Yo #MeQuedoEnCasa

Llevo mucho tiempo encerrada en una constante libertad en la que gritar no estaba bien visto, y hoy me asomo cada día al balcón y oigo aplaudir y cantar a pleno pulmón a mis vecinos. Es curioso cómo valoramos los detalles cuando nuestra realidad se invierte.

Salir a la calle, pedir dos jarras bien frías al camarero del bar de la esquina, pasear de la mano por el centro, besaros en el cine, comer pipas en un banco, acariciar a esa gata negra callejera que en lugar de mala suerte da ternura, cenar en ese garito de mala muerte entre el barullo de la gente, caminar con tu abuelo del brazo, abrazar a tu madre cuando se baja del autobús, hablar con tus amigas entre clase y clase... Todo lo que acostumbrábamos a llamar vida, hoy es puro silencio y me abre los ojos.

Ya es primavera y en la calle está todo marchito. La ilusión de la gente es muy oscura. Es como cuando tienes las expectativas demasiado altas y pum. Como cuando parece que has encontrado sitio y zas, badén permanente. Como cuando hay una mesa libre en el bar y, ups, estaba reservado. Como cuando la vida cambia sin previo aviso y solo te queda aplaudir.

No tengo muy claro si echo de menos mi vida de siempre o vivir, pero lo que sí sé es que la quiero de vuelta. Quiero besar, reír, encontrarte en un cruce, dormirme en clase, mirar a los ojos y dejarme querer. Quiero olvidarme las llaves, oler a asfalto mojado, a césped recién cortado y perder todos los buses que sean necesarios por quedarme contigo dos minutos más.

Hoy saldré a aplaudir. Y mañana. Y pasado. Hoy aplaudo desde casa para que mañana todos salgamos. Por si algo me gusta de estar aquí encerrada, es poder ver de lejos lo bonita que es la costumbre de ser un poco libre.