miércoles, 13 de noviembre de 2019

Si tú quieres, nos olvidamos.

Si tú quieres nos olvidamos de que entre nosotros ha habido algo más que cuatro pasos y de que fingimos dormir bien en colchones en los que no estamos. Si tú quieres nos prometemos Saturno y la Luna y lo cumplimos a nuestro modo, llevándonos a universos paralelos cerrando los ojos. Si tú quieres nos olvidamos de las veces que hubo miedo por no tenernos al lado, y de lo que duele un te quiero cuando no estamos. Si tú quieres nos olvidamos de las horas con un asiento vacío al lado haciendo cada vez más pequeño el tiempo que me separa de ti. Si tú quieres nos olvidamos de que no podemos ser más de lo que somos y nos convertimos en gigantes comiéndonos mutuamente, que al final es el mundo donde siempre nos terminamos perdiendo. O podemos ser lo que somos y hacer lo mismo, que se nos olvide que somos dos más que pasamos desapercibidos para el resto, porque no se les olvida que por más que intenten arrasar, el mundo no es tanto del que quiere, sino del que lo intenta. Como nosotros, que eso no se nos olvide. 






martes, 25 de junio de 2019

Querer intenso, mucho y bien.

Me considero alguien que quiere mucho, que quiere intenso y que quiere bien. No creo que sea necesario cambiar a nadie, alterar sus formas o transformar su esencia. Porque si quieres a alguien lo quieres entonces, así y sin variaciones. La condición del cambio es el escudo de los que no se atreven. Yo quiero la diferencia y me atrevo a decirlo. No me considero valiente, pero quizá sí honesta. Porque no quiero a nadie a medias y porque no temo a lo diferente. Porque no quiero monotonías sentimentales ni rutas establecidas. 

Alguna que otra vez se me viene a la cabeza cómo será querer de otra manera. Cómo será no querer intenso. Y la verdad es que no lo sé, porque yo si quiero, quiero hasta el último término. Sin excusas y sin excepción. Porque adoro al detalle, porque admiro y porque me dejo llevar por el vaivén de las nuevas circunstancias y los cambios repentinos. Yo me agarro a la esperanza de que todo se mueva y con ella me voy moviendo. Y me fascina ver que todo se mueve por alguien a quien quiero. Todo esto porque, ya digo, yo solo sé querer intenso. Al fin y al cabo, supongo que si no quiero intenso, querré a medias porque si no vivo emociones, si no me sumerjo en mundo ajeno, si no me empapo de la cultura personal de esos a los que llamo mi gente, yo, lo siento, pero no quiero. No quiero no reír al unísono o no compartir locuras. No quiero ver llorar y quedarme de piedra. No quiero una espera sin nervios o nudos en la garganta por el qué será. A mí las escusas no me valen ni me han valido y, espero, no me valdrán. Porque acomodarme en mi butaca de espectadora no se me da bien. Yo a la gente que quiero la vivo como a un concierto de ACDC: de pie, moviéndome y con euforia. Porque eso es querer intenso y yo, si no es intenso, no quiero. 

También quiero mucho y puede que esto sea problema mío. No quiero progresivamente, pero tampoco quiero todo o nada. Simplemente quiero mucho en cada fase del querer. Tengo la sensación de que si no exprimo al máximo mis emociones en cada momento, no estoy haciendo el uso correcto de las mismas. ¿Fallo mío? Puede ser. Es como estar siempre al borde de un precipicio aunque bien anclado a la superficie; es tener la sensación de vértigo constantemente por no tener miedo a atreverse. A mí me gusta querer así porque tengo la sensación de que es la única manera de no dejarme nada. Aunque luego se me olviden mil cosas, pero si no vinieron a mi cabeza entonces quizá sea porque, bien no son demasiado intensas, o bien en lugar de mucho eran demasiado. Sin embargo, el querer no lo mido. Medir es limitarse, acotar unos sentimientos que no tienen porqué tener barreras. Al final siempre las saltan, por lo que para qué ponerlas. Somos unos ingenuos pensando que nuestra mente tiene la capacidad de gestionar todo. Como si fuera una soldado. Como si fuera bueno coartar las emociones. Qué equivocados estamos. En fin, para mí querer mucho es la única clave certera para querer como hay que querer.

¿Cómo es eso de que lo mejor para el final? Hago uso de esto para terminar diciendo que yo quiero bien, o al menos según lo que para mí engloba el concepto de bien. No tengo la razón absoluta y, probablemente, tampoco tenga la razón, a secas. Sin embargo, en mí no entra otra forma de querer que no sea así. Considero que cada cual porta consigo unas características inalienables que deben ser respetadas. Conforme a ellas quiero yo. Soy observadora, no solo para querer: para todo. Me gusta ver cómo se quiere la gente a sí misma, cómo hacen uso de su libertad, donde establecen sus límites. Me gusta conocer, incorporar en mí eso que a los demás los define, eso que yo llamo esencia. El hecho de hacer ciertamente mío lo que alguien comparte es una buena forma de querer bien. Porque admiro, porque elevo y porque me ajusto. No concibo querer a alguien si no es de esta manera. Siempre he creído que querer bien implica hacerlo en silencio, con tacto y recogiendo. En silencio porque no es necesario decirlo siempre, así como tampoco lo es anteponer el hecho de que quieres al hecho de que estás. ¿Qué es eso de yo te quiero, pero...? Qué peros hay en un yo te quiero. Que alguien me lo explique. Con tacto quiero porque me amoldo, porque adopto la forma de querer que cada cual requiere y porque no quiero igual a todo el mundo. No quiero más ni quiero menos, sino que quiero diferente. Tantas formas hay de querer como personas. Por último, quiero recogiendo porque abrazo cada carácter, porque no excluyo ni obvio y porque soy incapaz de no proteger. Jamás buscaré hacer el papel de escudo porque eso sería infravalorar. Tampoco soy un arma. Simplemente soy y apoyo. No busco nada que no sea eso. Y esto es querer bien: sin condiciones, peros o anteposiciones. Yo solo sé querer así y me siento bien haciéndolo. 

Probablemente mi manera de querer no sea la mejor de las maneras. Sé que nadie quiere como yo lo hago porque, como he dicho, tantas formas hay de querer como personas. No pido que me quieran como yo. No pido que me quieran, simplemente. Solo recomiendo querer: a uno mismo, a los demás, a todos, en general. Querer es maravilloso. Cuando quieres se forma un vínculo de aprendizaje y reciprocidad precioso, insustituible. Y, al final, ese es el verdadero sentido de las emociones: aprender. Aprender de sí mismo y de los demás, explorar límites yendo de la mano, experimentar esa sensación de vértigo de la que hablaba antes. 
Querer mucho, intenso y bien, si es consentido y con sentido, es indescriptible.

domingo, 14 de abril de 2019

Alma.

Merodeaba yo con la cabeza baja
un domingo lluvioso por una calle de Madrid
pensando en cuál era la mejor forma
de alejar tu recuerdo de mí;
ese que quema sin arder
y que hiela sin querer,
ese que te pedí que portaras
antes de aquel portazo a las seis menos diez.
Un punto final que pusiste
con un muro y tus pasos por medio
sin reparar, creo, si quiera
en si retumbarían los techos.
La cuestión es que te fuiste
dejando a mi cuerpo seco,
habiéndote llevado mi alma
adonde solo oiga eco.
Sera intuición o miedo,
no lo sé y lo prefiero,
pero oigo chillar a mi alma
mientras tú evitas calmarla.
Y si no la abrazas ni quieres
devuélvele a mi cuerpo el alma
o deja que te quiera siempre
y que te admire aun sin palabras.

martes, 19 de febrero de 2019

A veces me gustaría ser fuego.

A veces me gustaría ser fuego,
llama encendida que por destino se consume
sin dañar nada, solo porque es su misión.
Fuego en una vela, o algo así,
que desprenda ese algo que la gente recuerda,
que se acaba y dicen "joder, qué pena".

A veces me gustaría ser fuego,
quemar sin quemarme yo,
un fuego necesario de los que dicen cuando no está
"ojalá no se hubiera ido".
O simplemente me gustaría que siendo lo que fuera
alguien pensara en mí y dijera:
ojalá que se quedara,
ojalá que no se apague.
O quizá deseo que alguien me diga:
estoy dispuesto a quemarme contigo.

domingo, 10 de febrero de 2019

Peligro de suerte, prohibido volar.

Tengo más excusas que soluciones muchas más veces de las que me gustaría. Fronteras, muros que derribar. Monstruos a los que debí vencer y, contra todo pronóstico, en los que he terminado convirtiéndome. He tomado caminos insospechados y he descansado en filos de precipicio, me he acomodado en las rocas y he olido de cerca el suelo después de ver llover. He aprendido a rodar ladera abajo y a seguir andando aun desubicada, me he obligado a pintar corazones de tiza en la pared pese a que me mandaran al poco tiempo cubrir el muro entero. Probablemente he maltratado gran parte de mi existencia, he malempleado mucho más tiempo del que debía, y he maltratado una buena porción de mi recuerdo. Es posible que haya hecho surcos en mi memoria pretendiendo encajar piezas sinsentido que no pertenecían a mi historia, pero que pensé que quedarían bonitas. Mi paseo de la fama no tiene estrellas y las paredes son lisas, repletas de dibujos tachados con nombres borrados a base de tinta que expulsaba mi eco. Mi suelo se tambalea cuando atraigo bombas de otra guerra esperando a que el ruido pase, aunque el tiempo de mientras acabe haciendo mella. 

Soy experta en vuelo libre, en sobrevivir a profundos huecos en cuyos bordes ponía peligro de suerte, prohibido volar. Ilusa de mí, que me aventuraba esperando ver paisajes mientras se me tragaba la tierra cada vez un poco más, regalándome bocanadas de aire que, en ocasiones, me dejaban flotar. Solía imaginar historias mientras lo que pasaba por delante de mí era la mía propia y yo la dejaba escapar. Sin alas, ahí estaba, esperando a llegar a tierra yerma, creyendo que por arte de tiempo y nada de magia, iba a poder brotar. No se me ha dado nada mal hasta ahora, tampoco, navegar y obcecarme en el timón ignorando las vistas; creyendo encontrar el rumbo sin reparar en los puertos que dejaba atrás. He abierto la escotilla y he tirado por ahí algunas de las palabras que nunca dije por miedo a perder. Mi barco no tiene nombre, pero navega bien. O no, no lo sé. Quizá me esté hundiendo y siga tocando, como los músicos del Titanic. Al igual que ese monstruo, yo también me he partido en dos. Y en trozos diminutos complicados de unir. Soy un rompecabezas de cabeza rota, un cuento sin final, un tsunami que pese a su fuerza de arrase queda devastado por algún rincón de toda su composición. 

También he reído hasta que me ha faltado el aire, he intentado comerme el mundo por cualquiera de sus hemisferios y me he sentido viva cada vez que me quedaba sin aliento por placer. No todo son cielos grises ni muertes súbitas de recuerdo y sensaciones. No todo, pero sí un poco. Y eso, aunque me arrase, también soy yo.  

sábado, 12 de enero de 2019

¿Qué soy? ¿Dónde está la niña que un día fui?

Dónde habrá ido a parar esa niña pequeña que salía a la calle sonriente, feliz, con ganas de comerse el mundo; que se reía como si el mundo fuera a acabar mañana, que bailaba aun sin saber al ritmo de la música que ponían en casa, en el coche, en clase. Dónde habrá ido a parar esa niña que se miraba mil veces al espejo cuando estrenaba ropa nueva, que ponía caras raras a la cámara cuando iban a hacerle una foto, para luego sonreír de la manera más natural y bonita posible. Dónde habrá ido a parar esa niña que cada tarde bajaba a jugar al parque, no le importaba ni temía al hecho de conocer gente nueva, que hacía todo lo posible por tardar un rato más en ir a cenar. Dónde habrá ido a parar esa niña inocente, terremoto, que no paraba. Dónde. 

Me pregunto muchas veces dónde habrá ido a parar y qué será de ella porque a veces lo añoro. De vez en cuando me paro a pensar y no sé ubicar con exactitud cuál fue el punto de inflexión en el que mi curva comenzó a decrecer. Las ganas, la fuerza, la vitalidad. Todo se quedó en esa niña que ya hoy doy por perdida. Aunque no todo, pero sí en su mayoría. Todavía quedan en mí rescoldos de la ilusión por soplar las velas con los ojos cerrados para que al abrirlos estuviera ahí lo que yo denomino como mi panorama vital, todo ese grupo de personas que guardan en sí momentos de mi vida y de mí y que el día que me falten seguiremos compartiendo algo: tiempo vivido. Porque al final es bonito aunque aterrador mirar a tu alrededor y ver sombras de tiempos pasados, de tiempos no sé si mejores, pero que fueron felices. Admiras caminos de huellas que se cortaron de golpe y estelas de astros que te sobrevuelan una y otra vez como sobreprotegiéndote. Hay llamas, hay viento y hay sol. Hay todo un paisaje de vida en el que se encuentra escondida la niña que fui. Esa niña que ha quedado atrapada en muchos cuerpos y en mí, en lugares visitados, en canciones escuchadas y en películas vistas en tardes de lluvia. 
Al final somos, en cierta manera, parte de lo que fuimos, parte de lo que hoy vemos, y parte de lo que seremos. Soy esa canción de cuna que me susurraba mi abuela cuando no podía dormir, la risa de mi abuelo al yo decir alguna palabra inventada cuando empecé hablar, las caricias de mi madre, los abrazos de mi padre, mis maestros y maestras del colegio, mis exámenes, los aprobados y los suspendidos. Soy el recuerdo de esa primera vez que me fijé en alguien sintiendo atracción, ese cosquilleo en el estómago instantes antes de ese beso que tanto ansiaba, soy la ilusión de esa espera por ver a la persona que hace tanto tiempo quería ver. Soy también mi malestar actual, mi búsqueda de esa niña que anda parcialmente perdida, mi estrés por los exámenes, mis amistades actuales, mi abuelo recordándome lo orgulloso que está de mí y mi abuela superando miedos. Soy la actitud emprendedora de tantísima gente que me rodea, el espíritu de superación de los que no tienen las cosas fáciles, el ladrido de ese perro al que acaricio cada mañana y ese gato que a la hora de cenar siempre maúlla en mi ventana. Soy, también, mis aspiraciones de futuro, mis ganas de superarme y de mirarme y poder decir que lo he logrado. Soy el esfuerzo que tendré que hacer para llegar a ese trabajo, los retos a los que me enfrentaré con la experiencia de los que ya he pasado; los textos que escribiré con remitente pero sin mandar, las veces que lloraré y las sonrisas que a día de hoy me quedan por mostrar. 

Soy tiempo, al final. Soy pedazos de existencia con fecha de caducidad, que cuando yo no esté, en el recuerdo del panorama vital quedará. La niña que fui es bonita. Es, que no era, porque va a volver. Volverá.