domingo, 22 de enero de 2017

¿Qué quieres de fianza?


Supongo que todo será acostumbrarse a dibujar tu silueta una y otra vez en mi cabeza imaginando que vuelves a mi con esa sutileza que tenías para insinuar que te abrazara. Antes todo era tan Neruda y ahora tan Allan Poe. 
Recuerdo cuando me decías que al vivir un sueño has de permanecer dormido toda la vida y no dejar que ningún ruido te despierte y que tú no te ibas a despertar del nuestro, que si yo me despertaba me retendrías en la cama. Y recuerdo también nuestra última noche juntos, esa noche en la que me di de bruces con que tú no habías sido atrapada por Morfeo, sino que solo soñaba yo. Donde antes veía dos manos unidas, amor, ahora veo cadenas. Y es que me has hecho presa tuya. 
Sácame de esta cárcel, ¿qué quieres de fianza?

domingo, 15 de enero de 2017

El lenguaje de tu cuerpo.


Lo siento, pero todavía no me creo que esté empezando a decir lo que siento. No puede ser verdad que me hayas cambiado tanto, y, perdona, no quiero que suene de malas formas, pero has arrasado con lo que en su día fui. He descubierto un mundo nuevo, un mundo en el que encuentro mi hogar en otra persona, en el que pasear de la mano es la mayor de las seguridades, en el que el tiempo se para a nuestro antojo, en el que no necesito nada más que un sitio y a ti para tener preparado el mejor de los planes. Hoy puedo decir alto y claro que los huracanes no siempre llevan nombre de mujer y que el verbo acabar no tiene porque esconder algo negativo. Tú acabaste con mis miedos, odios y rencores, con mi ira, con mis pensamientos negativos, con mis círculos viciosos. Acabaste con esa costumbre de no encontrar mi sitio, de no mirar hacia abajo por vértigo ni hacia arriba porque cualquiera estaba por encima de mi. Acabaste con eso de creer que conocía, acabaste porque una vez que te conocí a ti supe que todo lo que había conocido antes no era nada comparado contigo. Acabaste con ese tópico de bailar al compás de la música, a ti no te hace falta música para inventar la coreografía de la banda sonora de mi vida, no te hace falta que comience nuestra canción para sacarme a bailar, te basta con las ganas. Y eso es lo que tú me has dado: ganas. Ganas de comerme el mundo, de sentir, de reír a carcajada limpia por la más mala de tus bromas, de quedarme mirándote en silencio cuando duermes, de retarte a guerras de cosquillas en el sofá, a ver quién aguanta más mirando al otro para perder una y otra vez. Porque sí, contigo me gusta perder por esa manía tuya o nuestra en la que perder es ganar. Al final contigo siempre gano. Tú eres quien hace que las restas sumen.
Me he propuesto aprender el lenguaje de tu cuerpo, entender cada uno de tus movimientos, la forma en la que me miras, en la que caminas, en la que ríes, sonríes o lloras. Me he propuesto aprender la medida de cada uno de los vértices de tu cuerpo, medir el ángulo perfecto que forma tu cuello, la recta que trazas con tus besos por mi espalda una y otra vez, la distancia milimétrica que existe entre nosotros cuando no podemos estar más cerca, el perímetro de tus abrazos.
Contigo me propongo todo. ¿Contigo? Contigo todo.


jueves, 5 de enero de 2017

Micropoema #5.

Y es que todo empezó cuando
me desapunté de la escuela de idiomas
porque no entendía el lenguaje de 
tus despedidas.

martes, 3 de enero de 2017

Hasta los golpes de suerte le dolían.

Mírala, ella siempre con la cabeza agachada, sin saber qué decir ni a qué responder cuando le hablaban. La falta de costumbre de quererse le había obligado a querer a todo aquel que le dedicara parte de su tiempo, aunque fuera con el fin de abusar de su confianza. Temblaban sus piernas al caminar, su pulso combinaba con los pasos rápidos que daba para llegar a ninguna parte. Como las cajas de una mudanza, llevaba frágil escrito en la frente. Hasta los golpes de suerte le dolían. Pintaba una y otra vez mapas en papeles, constelaciones lejanas imaginando espaldas repletas de lunares. Cortaba sus alas una vez que parecía que todo había cambiado, pero el cambio era que ella en lugar de avanzar, retrocedía. La suerte no había marcado su vida. Su vida nunca había sido suya, de hecho ella tampoco era suya, se vendía al mejor postor. No importaba cómo fuera, sólo que la quisiera para algo, al menos sabría lo que era querer. Odiaba cada centímetro de su cuerpo, medía en defectos cada una de sus piernas, su altura le daba vértigo, el espejo le atemorizaba, nada era tan bello para ella como la nada. Nada había conocido antes, no se conocía a ella, no conocía lo que era suyo porque nunca nada fue suyo. Sus palabras, su vida, su mirada, su cariño, su respeto; todo lo había regalado a aquel que le prestara su tiempo. Y sí, prestar, porque siempre tenía que devolverlo.  
Pero todo cambió cuando vio de cerca al amor de su vida, esa persona que siempre iba a estar ahí. Y lo supo que tenía que estar, lo supo porque intuyó que nunca le dejaría de lado, nunca le haría sentir el más mínimo ápice de soledad. Nunca más iba a ver el fracaso como algo negativo sino como una lección, nunca iba a salir a comerse el mundo con el pie izquierdo, nunca sus propósitos iban a llevar como deseo otras personas, "nunca más" iba a ser su propósito favorito. Aprendería a querer como nunca antes quiso, porque nunca quiso y nunca creyó querer así. Ese día comenzó su vida, ese día comenzó a ser, ese día. El día en que conoció el amor sus ojos ya no eran mares de lágrimas, ya no. A partir de ahí, sabía lo que era querer: había aprendido a quererse.

Me quedo.

Y yo me quedo; me quedo contigo, con tus abrazos repentinos, tus sorpresas por la espalda, tus besos en la frente, tus besos en general, con tus “todo irá bien” y todas esas melodías que me susurras al oído. Me quedo con tus idas y con tus venidas, con tus ganas de volver, con tus intentos fallidos de irte, con tus miradas, con tus caricias, con lo que me has dado, por lo que hemos brindado, contigo. Me quedo contigo.