domingo, 30 de diciembre de 2018

Amar.

Amar es como el temer,
queriendo atentar
contra quien te hace arder.
Y cuando ya no queda qué perder,
cuando solo tienes que dejarte hacer,
lo tomas todo como algo de ayer.

Y sí, el tiempo no espera,
o vas con él o él se te lleva,
pero si estás seguro de querer volar,
ama o teme, pero nunca hacia atrás.

Amar es como el doler,
punzadas en el pecho con regusto a hiel,
con gotas amargas que impiden correr.
Y cuando termina de doler,
cuando has aprendido a luchar con él,
lo atrapas en cicatrices que no dejan de escocer.

Y sí, el alma es víctima de noches de luna de miel
entre cortinas y versos en metros de piel
queriendo acortar canciones que ayer
a todo volumen nos hacían ensordecer.

Amar es el vicio del mortal,
aquel bache que jamás aprendes a esquivar,
el rehén que nunca te plantearías soltar,
esa canción tan emotiva que no deja de sonar.
Y cuando amas con soltura sin pensar qué pasará
entiendes el significado de la palabra hogar
ese sitio al que siempre querrás regresar.

Y sí, amar asusta si tienes miedo a volar
porque es un hilo entre dos puntas con dos andando a mitad,
pero sujeto por dos pesos que se besan con mirar
que procuran por el otro para no rebobinar.

viernes, 28 de diciembre de 2018

Vivir va de sentir. Sin emoticonos.

Teniendo la maravillosa capacidad de fotografiar con nuestros ojos instantáneas preciosas para almacenar en la memoria a modo de recuerdos, seguimos prefiriendo plagar nuestra galería personal con capturas de pantalla, aplicaciones para no aburrirte y un poco de Instagram para pasar el rato. Pero... ¡eh! Que la vida está ahí fuera. Que un día te levantas y es la última vez que haces la cama. Que sales a la calle y adiós. Que pones un pie en la calzada y se acabó. Que coges el bus un día y ya no más. Que un día te acuestas y felices sueños. Todo con la cabeza plagada de tonterías, galerías de prejuicios y almacenes de tiempo perdido. Y ahora tú, ahí, esperando ese mensaje mientras la vida no te espera a ti. Qué curioso: nos pegamos horas y horas con el dichoso aparatito en la mano creyendo estar conectados y luego resulta que sucede todo lo contrario. Que miras el móvil y adiós. Que abres el WhatsApp y desilusión. Que subes algo a Instagram y críticas. Que te metes a Twitter y hay dolor. Y todo esto por no recordar que tenemos dos objetivos en la cara capaces de captar la vida mientras nosotros la estamos perdiendo. 

Imaginemos un apagón. Un fallo a nivel global de todos los aparatos que nos sirven para comunicarnos los unos con los otros. ¿Adónde acudirías? ¿Cómo llegarías a aquel sitio sin el GPS de tu smartphone de última generación? O, si no, ¿cómo recordarías el piso al que tienes que llamar para que te abran la puerta? ¿Cómo te preocuparías por ese familiar que tienes en el hospital ingresado desde hace tanto tiempo? Dime: cómo. Me gustaría saber qué muestras de cariño enviarías si no tienes el teclado de emoticonos en la vida real. 

Porque en un mensaje no se guarda el olor de un abrazo ni el calor que alberga. Tampoco se recoge ese cosquilleo en la tripa tras un beso ni la sonrisa cada vez que dos que quieren levantar la mirada y verse sucede: se ven. Tampoco en un mensaje se guardan los cafés con tu grupo de siempre, ese que no tiene un nombre recogido en veinticinco caracteres, que de tanto alargarse se junta con la cena. Un mensaje no tiene el mismo encanto que un te echaba de menos dicho mirando a los ojos, fotografiando cada reacción para dar lugar al álbum de la vida. Un mensaje es un mensaje y nunca sustituirá a un abrazo, a un beso, a un reencuentro. Un mensaje nunca será un silencio gritando te quiero por mucho que nos cueste admitirlo. Las mejores cosas de la vida no pasan tras una pantalla sino teniéndola guardada en el bolsillo del pantalón. 

Al final vivir no va de ver quién tiene más seguidores sino de ver cuántos permanecen a tu lado pase lo que pase sin dejar de seguirte. La sonrisa de un abuelo, la mirada de tu abuela, el orgullo de tu madre, las risas jugando a las cartas con los colegas de siempre, las tardes viendo series o películas con tu pareja, las noches hasta las mil leyendo ese libro que ha conseguido atraparte o esas noches de sexo que desearías que no acabasen nunca. Vivir va de sentir. Así que ahora me pregunto yo: ¿qué haces leyendo todo esto si la vida está ahí fuera y no entre estas líneas?

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Enero.

Ilusiones renovadas y trescientas sesenta y cinco oportunidades nuevas por delante. Una más si tienes suerte. Doce uvas en el cuerpo, una copa de champán y los besos de tu gente como primer regalo del año. Así se abre paso un nuevo capítulo de tu vida. Así es como se colorea la portada de un nuevo tomo de tu historia. Así es como se pone la primera foto de un nuevo álbum de recuerdos. Así, y no de otra forma, es como se deja atrás el dolor y el miedo de un año duro. Es la manera más sencilla de olvidar aquel adiós que no esperabas oír y el método más fructífero para poner punto y final a aquella pesadilla que cobraba vida y espacio entre las páginas de tu biografía. Qué duro. Año nuevo, vida nueva: ya se sabe.
Principio y un fin en un mismo nombre frío. Ruptura y nuevo vínculo. Y qué bonito es echar por última vez la vista atrás y reparar en todo a lo que has logrado dar portazo o ver todo el camino que ya has andado, darte cuenta de que has sido capaz, de que has podido. Mirar hacia abajo y ver tu mano entrelazada con aquel que en ese preciso momento te abrazó. Qué bonito es mirar hacia los lados y ver que no estás solo, que están ahí los soportes de siempre, que te sonríen y que no tienen intención de prescindir de tu presencia en su historia por comenzar cada enero, cada nueva oportunidad de hacer borrón y cuenta nueva. Qué bonito es sentir el calor del tacto, las mejillas sonrosadas y los nervios por la incertidumbre que presta este nuevo año. 
Enero es magia y la cuestión es creer en los trucos. Enero es la posibilidad de dejarse seducir por lo desconocido, dejar la puerta abierta para que se renueve el aire del habitáculo en el que te empeñas en vivir, es conformarse con empezar cada doce errores un nuevo ciclo. Y no, no es conformismo, es que baste con el cierre de unos círculos viciosos para darte cuenta de que enero es más. Siempre es más. Aunque no quieras, aunque te empeñes, da igual. El tiempo tiene la capacidad de pasar sus hojas por sí mismo. Sin pedir favores. Sin pedir permiso, él pasa.
Enero son manos tiritando, narices rojas y abrazos sinceros. Son despedidas en andén.
Enero son los calcetines de regalo de todos los años: siempre igual, pero diferente al mismo tiempo. Y acabas encontrándoles sentido. Siempre.
Por eso: enero.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Y ¿ahora qué?

Hasta el fondo. Hasta que no se pueda más. Directo al punto más profundo, ahí donde hay eco y nadie buscó nunca asomarse. Tan solo mis monstruos y ahora... ahora todo. Ahora tú, ahora el que se fue, ahora el que nunca ha llegado y ahora el que dejé marchar. Hasta el rincón más escondido de mi cuerpo lo siente. Siente la pérdida de lo que se fue y de lo que está por coger sus maletas. Vacío. Al final, vacío. En lo más profundo el eco pide auxilio para ser rescatado. En lo más oscuro el vacío pide clemencia y ser llenado con algo, que arroje luz sobre él. 
Hasta el fondo. Hasta que no se pueda más. Clava bien los puñales en lugares habilitados para ello. En la espalda, en la garganta. Que no quede ninguna palabra por sangrar si retiras el arma o déjalas retenidas por tu puñal. Lo que quieras. No sé exactamente dónde, pero hay algún sitio en mí que me absorbe. Nada suena igual. Nada es igual. Nada. Estoy en proceso de deconstrucción dando lugar a unas ruinas que permanecerán enterradas. Ya están construyendo encima de mí, lo noto. Desde aquí abajo se ve mucha sombra. O quizá la estoy proyectando yo. Al final veo mucha luz a mi alrededor y no sé si me estoy cegando ya. Lo que tengo claro es que ya no soy ni la sombra de lo que era. Ya soy penumbra en mí misma. 

Cómo retroceder en el tiempo o cómo hacer tiempo nuevo. Romper con lo que has hecho hasta ahora, pasar el borrador sobre determinados momentos, yo qué sé. Ser capaz de olvidar. De una puta vez: olvidar. Sacar de tu mente lo que ocurrió en aquel determinado día a aquella fatídica hora. Olvidar algunas despedidas y poder recordar cómo olía aquel abrazo. El sabor de un beso de buenas noches. Intercambiar memoria. Lo que quieres perder por lo que quieres que se quede en ti. Como si esto fuera un intercambio de patio de colegio. Qué fácil sería. Sin embargo, todo son cenizas. Puros restos consumidos de lo que en su día fue vida. Ahora ya no hay nada. Ahora, por no haber no hay ni siquiera recuerdos. Ahora. ¿Ahora qué? ¿Cómo sigue esto?