domingo, 30 de diciembre de 2018

Amar.

Amar es como el temer,
queriendo atentar
contra quien te hace arder.
Y cuando ya no queda qué perder,
cuando solo tienes que dejarte hacer,
lo tomas todo como algo de ayer.

Y sí, el tiempo no espera,
o vas con él o él se te lleva,
pero si estás seguro de querer volar,
ama o teme, pero nunca hacia atrás.

Amar es como el doler,
punzadas en el pecho con regusto a hiel,
con gotas amargas que impiden correr.
Y cuando termina de doler,
cuando has aprendido a luchar con él,
lo atrapas en cicatrices que no dejan de escocer.

Y sí, el alma es víctima de noches de luna de miel
entre cortinas y versos en metros de piel
queriendo acortar canciones que ayer
a todo volumen nos hacían ensordecer.

Amar es el vicio del mortal,
aquel bache que jamás aprendes a esquivar,
el rehén que nunca te plantearías soltar,
esa canción tan emotiva que no deja de sonar.
Y cuando amas con soltura sin pensar qué pasará
entiendes el significado de la palabra hogar
ese sitio al que siempre querrás regresar.

Y sí, amar asusta si tienes miedo a volar
porque es un hilo entre dos puntas con dos andando a mitad,
pero sujeto por dos pesos que se besan con mirar
que procuran por el otro para no rebobinar.

viernes, 28 de diciembre de 2018

Vivir va de sentir. Sin emoticonos.

Teniendo la maravillosa capacidad de fotografiar con nuestros ojos instantáneas preciosas para almacenar en la memoria a modo de recuerdos, seguimos prefiriendo plagar nuestra galería personal con capturas de pantalla, aplicaciones para no aburrirte y un poco de Instagram para pasar el rato. Pero... ¡eh! Que la vida está ahí fuera. Que un día te levantas y es la última vez que haces la cama. Que sales a la calle y adiós. Que pones un pie en la calzada y se acabó. Que coges el bus un día y ya no más. Que un día te acuestas y felices sueños. Todo con la cabeza plagada de tonterías, galerías de prejuicios y almacenes de tiempo perdido. Y ahora tú, ahí, esperando ese mensaje mientras la vida no te espera a ti. Qué curioso: nos pegamos horas y horas con el dichoso aparatito en la mano creyendo estar conectados y luego resulta que sucede todo lo contrario. Que miras el móvil y adiós. Que abres el WhatsApp y desilusión. Que subes algo a Instagram y críticas. Que te metes a Twitter y hay dolor. Y todo esto por no recordar que tenemos dos objetivos en la cara capaces de captar la vida mientras nosotros la estamos perdiendo. 

Imaginemos un apagón. Un fallo a nivel global de todos los aparatos que nos sirven para comunicarnos los unos con los otros. ¿Adónde acudirías? ¿Cómo llegarías a aquel sitio sin el GPS de tu smartphone de última generación? O, si no, ¿cómo recordarías el piso al que tienes que llamar para que te abran la puerta? ¿Cómo te preocuparías por ese familiar que tienes en el hospital ingresado desde hace tanto tiempo? Dime: cómo. Me gustaría saber qué muestras de cariño enviarías si no tienes el teclado de emoticonos en la vida real. 

Porque en un mensaje no se guarda el olor de un abrazo ni el calor que alberga. Tampoco se recoge ese cosquilleo en la tripa tras un beso ni la sonrisa cada vez que dos que quieren levantar la mirada y verse sucede: se ven. Tampoco en un mensaje se guardan los cafés con tu grupo de siempre, ese que no tiene un nombre recogido en veinticinco caracteres, que de tanto alargarse se junta con la cena. Un mensaje no tiene el mismo encanto que un te echaba de menos dicho mirando a los ojos, fotografiando cada reacción para dar lugar al álbum de la vida. Un mensaje es un mensaje y nunca sustituirá a un abrazo, a un beso, a un reencuentro. Un mensaje nunca será un silencio gritando te quiero por mucho que nos cueste admitirlo. Las mejores cosas de la vida no pasan tras una pantalla sino teniéndola guardada en el bolsillo del pantalón. 

Al final vivir no va de ver quién tiene más seguidores sino de ver cuántos permanecen a tu lado pase lo que pase sin dejar de seguirte. La sonrisa de un abuelo, la mirada de tu abuela, el orgullo de tu madre, las risas jugando a las cartas con los colegas de siempre, las tardes viendo series o películas con tu pareja, las noches hasta las mil leyendo ese libro que ha conseguido atraparte o esas noches de sexo que desearías que no acabasen nunca. Vivir va de sentir. Así que ahora me pregunto yo: ¿qué haces leyendo todo esto si la vida está ahí fuera y no entre estas líneas?

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Enero.

Ilusiones renovadas y trescientas sesenta y cinco oportunidades nuevas por delante. Una más si tienes suerte. Doce uvas en el cuerpo, una copa de champán y los besos de tu gente como primer regalo del año. Así se abre paso un nuevo capítulo de tu vida. Así es como se colorea la portada de un nuevo tomo de tu historia. Así es como se pone la primera foto de un nuevo álbum de recuerdos. Así, y no de otra forma, es como se deja atrás el dolor y el miedo de un año duro. Es la manera más sencilla de olvidar aquel adiós que no esperabas oír y el método más fructífero para poner punto y final a aquella pesadilla que cobraba vida y espacio entre las páginas de tu biografía. Qué duro. Año nuevo, vida nueva: ya se sabe.
Principio y un fin en un mismo nombre frío. Ruptura y nuevo vínculo. Y qué bonito es echar por última vez la vista atrás y reparar en todo a lo que has logrado dar portazo o ver todo el camino que ya has andado, darte cuenta de que has sido capaz, de que has podido. Mirar hacia abajo y ver tu mano entrelazada con aquel que en ese preciso momento te abrazó. Qué bonito es mirar hacia los lados y ver que no estás solo, que están ahí los soportes de siempre, que te sonríen y que no tienen intención de prescindir de tu presencia en su historia por comenzar cada enero, cada nueva oportunidad de hacer borrón y cuenta nueva. Qué bonito es sentir el calor del tacto, las mejillas sonrosadas y los nervios por la incertidumbre que presta este nuevo año. 
Enero es magia y la cuestión es creer en los trucos. Enero es la posibilidad de dejarse seducir por lo desconocido, dejar la puerta abierta para que se renueve el aire del habitáculo en el que te empeñas en vivir, es conformarse con empezar cada doce errores un nuevo ciclo. Y no, no es conformismo, es que baste con el cierre de unos círculos viciosos para darte cuenta de que enero es más. Siempre es más. Aunque no quieras, aunque te empeñes, da igual. El tiempo tiene la capacidad de pasar sus hojas por sí mismo. Sin pedir favores. Sin pedir permiso, él pasa.
Enero son manos tiritando, narices rojas y abrazos sinceros. Son despedidas en andén.
Enero son los calcetines de regalo de todos los años: siempre igual, pero diferente al mismo tiempo. Y acabas encontrándoles sentido. Siempre.
Por eso: enero.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Y ¿ahora qué?

Hasta el fondo. Hasta que no se pueda más. Directo al punto más profundo, ahí donde hay eco y nadie buscó nunca asomarse. Tan solo mis monstruos y ahora... ahora todo. Ahora tú, ahora el que se fue, ahora el que nunca ha llegado y ahora el que dejé marchar. Hasta el rincón más escondido de mi cuerpo lo siente. Siente la pérdida de lo que se fue y de lo que está por coger sus maletas. Vacío. Al final, vacío. En lo más profundo el eco pide auxilio para ser rescatado. En lo más oscuro el vacío pide clemencia y ser llenado con algo, que arroje luz sobre él. 
Hasta el fondo. Hasta que no se pueda más. Clava bien los puñales en lugares habilitados para ello. En la espalda, en la garganta. Que no quede ninguna palabra por sangrar si retiras el arma o déjalas retenidas por tu puñal. Lo que quieras. No sé exactamente dónde, pero hay algún sitio en mí que me absorbe. Nada suena igual. Nada es igual. Nada. Estoy en proceso de deconstrucción dando lugar a unas ruinas que permanecerán enterradas. Ya están construyendo encima de mí, lo noto. Desde aquí abajo se ve mucha sombra. O quizá la estoy proyectando yo. Al final veo mucha luz a mi alrededor y no sé si me estoy cegando ya. Lo que tengo claro es que ya no soy ni la sombra de lo que era. Ya soy penumbra en mí misma. 

Cómo retroceder en el tiempo o cómo hacer tiempo nuevo. Romper con lo que has hecho hasta ahora, pasar el borrador sobre determinados momentos, yo qué sé. Ser capaz de olvidar. De una puta vez: olvidar. Sacar de tu mente lo que ocurrió en aquel determinado día a aquella fatídica hora. Olvidar algunas despedidas y poder recordar cómo olía aquel abrazo. El sabor de un beso de buenas noches. Intercambiar memoria. Lo que quieres perder por lo que quieres que se quede en ti. Como si esto fuera un intercambio de patio de colegio. Qué fácil sería. Sin embargo, todo son cenizas. Puros restos consumidos de lo que en su día fue vida. Ahora ya no hay nada. Ahora, por no haber no hay ni siquiera recuerdos. Ahora. ¿Ahora qué? ¿Cómo sigue esto? 

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Herida por dentro.

Al final mi suposición era cierta
y ha resultado que el vacío pesa
por dar cobijo al eco de lo que estuvo,
de esa vida jurada eterna.

He visto otoños llenos de sueños
en ojos verdes plagados de miedo,
y en cambio he sentido duelo
al querer mirar y ver recuerdos.
He paseado en pleno invierno
vestida de complejos y siendo
solo una más que camina
hacia un paraíso etéreo.

Es entonces cuando piensas,
al pasear en pleno enero,
adónde vas y para qué,
tan rota y vacía por dentro.
A engañarme, yo que puedo,
o al menos eso intento,
a poder ser otra vida,
me respondo muda al eco.

El silencio es traicionero,
esconde fuerte temblor interno,
dice más que la palabra,
quema más que el hielo eterno.
Tal es la herida que he abierto
que supuro ceniza y viento,
ceniza de lo que fui,
viento de lo que dejo.

Ojalá que no tuviera peso
el vacío que llevo dentro,
pero a veces mi eco habla,
dejándome sin aliento.

domingo, 7 de octubre de 2018

Silencio.

Silencio. De entre las miles de palabras que contemplas, silencio. Larvas de muerte en nuestra lengua y sentidos atrofiados por el ambiente que nos calla. Silencio, ante el miedo y el peligro. Silencio, siempre silencio. La tanatopraxia emocional es el arte de maquillar silencios a través del lenguaje corporal, una muy buena forma de demostrar que muchas veces entender no es cuestión de escuchar, sino de atender. Atender o tender la mano a aquel que en silencio pide auxilio. Silencio por la noche, la ciudad dormida. La Luna vela por ello, maldita cobarde que anubla e inspira a la mente. Ella, sí, ella es la culpable de que nos quedemos sin habla. Mi afonía pide a gritos que se vaya, que no la merecemos. Que ni el sexo ni la música por la noche están hechos para vivirlos callados. Que les den a los vecinos que no entienden que valen más unos minutos de placer a pleno pulmón que una vida de palabras vacías. 

Silencio. Cuando más queremos decir, acabamos asintiendo; diciendo que sí con la cabeza y bombeando noes con cada latido. En fin, somos una soberana contradicción. Para llorar, silencio. Para vivir, silencio, que bastante ruido hacemos intentando poner voz a lo que no merece palabra. Craso error. Estamos educados para pasar por la vida sin hacer ruido, pero ¿y si queremos ir con tacones por suelo de madera? No sé cómo pisa quien vive en el piso de debajo de mi vida, pero en el mío yo voy con tacones. Y si alguien de mi camino lleva tacones y quiere taconear conmigo, allá que vamos. Porque el silencio muchas veces está sobrevalorado. Porque no, porque basta ya. Porque andar de puntillas me carga los gemelos y porque no me da la gana. A mí no me han traído al mundo portando un contrato que termina con un calladita está más guapa. 
Sin embargo, no pasar en silencio implica saber moderar tu tono, porque los dolores de cabeza bastante pesados son. No somos bichos parlantes sino personas con voz. Hacer uso de ella es como poner un cuadro: tú tienes un taladro y no vas haciendo agujeros por todas las paredes a ver cuál es el que más convence, ¿verdad? Pues esto es lo mismo. 

En fin, lo mío es hablar por no callar.

lunes, 1 de octubre de 2018

Quiero que me veas desnuda.

Quiero que me veas desnuda. Sí, desnuda en cualquiera de sus acepciones y desde cualquier ángulo posible. Quiero que me mires de arriba a abajo, de abajo a arriba o de un lado a otro. Que pases por cada uno de mis cruces y mis encrucijadas, que no temas si continúas tu camino viendo a cada lado precipicio.
Ojalá en el tramo de mis ojos veas lágrimas que en su día derramé y ese almacén de veces que pestañeé fuerte para retener dolor. Y que sientas que todavía duele. Hematomas emocionales. Verás cómo se sangra sin llevar rasguños, que estar lastimado no es cuestión de golpes. Deseo que tampoco pases por alto esas arruguitas que me salen en cada lado de la cara por haber reído hasta el dolor. Porque mi vida no es una caída continua, sino un no parar sin importar la pendiente de cada cuesta. Porque todo cuesta, eso también lo verás. No descenderás sin detenerte en mi cuello y apuntar la de nudos de garganta que escondo, la cantidad de palabras que pululan por ahí resultado de silencios. Puede ser que veas secretos o fantasmas de las ilusiones que en su día pretendí contar: no te asustes, soy una mezcla de lo que busqué ser y no pude, de lo que terminé siendo, de lo que soy y también pedacitos del puzzle que deja intuir lo que seré. Como todos, vaya. Pero sigue bajando, no tengas miedo. Estás a punto de llegar a la zona con más curvas de mi desnudez. Agárrate. Mi pecho va más allá de la piel. Esconde tensión y mi alma. Esconde mis miedos y todas esas veces que creí ser valiente. Las que de verdad lo fui, también. Mi pecho es mi armadura. Soy más que un corazón. Soy más que amor. Soy más que palabras. Soy yo, expuesta pese a cubrirme con las manos. Tan fuerte como débil. Soy mis defectos y mis virtudes, míralo. Soy mis latidos y estos son mi brújula. Mi pecho es mi brújula. Detente y observa el paisaje, por favor, porque no hay nada más puro que un alma al desnudo y tú ahí lo tienes. Indaga, pero no hieras, te lo pido. Créete explorador, si quieres, y como si fuera arte estúdiame si lo deseas, pero sin deteriorar. Nadie que se desnude ante alguien merece deterioro provocado. 
Sigue bajando con cuidado, las curvas no terminan. Mi vientre es pura sensibilidad. Léelo, mira sus cicatrices e intenta descifrar qué están diciendo. Supuran lucha. Guerra continua entre mis complejos y mis ganas de ser. La eterna batalla entre lo que eres y lo que debes ser. En mi vientre hay condiciones. Hay exigencias. Está la lenta digestión de palabras hirientes. Puro caldo de complejos, ni más ni menos. Sin embargo ahí está, sin esconderse. Tócame si quieres. No el vientre sino el cuerpo, mi piel. Yo soy lo que siento. Y sigue bajando, con cuidado: yo no soy mi sexo. Ahí está todo lo que me han enseñado a guardar ¿a fin de qué? Como he dicho: soy alma. Soy lo que siento. Soy para ti lo que interpretes, para mí soy libre. Encantada. Y llegados aquí, no te detengas, por favor. Mis piernas no son más que una vía hacia la línea de meta. Que no te importe detenerte por un momento y recordar lo que has visto hasta ahora, hacer memoria y reparar en que no has hecho un viaje por mi cuerpo, sino por mi desnudez. Que estando en mis piernas estás en la misma piel que en mi pecho, que soy lo que soy, pero varío según lo que quieras ver.

Desnudándome me hago vulnerable sabiendo que no me vas a herir. Me he abierto a ti de la manera más sincera posible, de una forma en la que quizá solo yo me he visto. Te he prestado mi pecho para descansar, has visto lagos de lágrimas y tú, intrépido, has decidido aventurarte sin frenar en mis curvas. Bienvenido al hogar que te brinda mi desnudez.

jueves, 13 de septiembre de 2018

Siempre serás mi asignatura pendiente.

Entiendo el amor como una compleja sucesión de operaciones matemáticas y no porque no lo entienda y solo me deje llevar, sino porque se basa en demostrar. No es cuestión de calcular por calcular para llegar a algo, sino de dar los pasos correctos con el único objetivo de no desear volver atrás. Por ejemplo, el amor es un poco suma: toma cada uno de los caracteres y únelos. Vamos, hazlo. Suma ganas, suma ilusión y suma risas. Muchas risas. También es, quizás, un algo de resta, porque dime tú de qué nos servirá querer si no minimizamos los miedos, las anteposiciones, la incertidumbre. O intenta explicarme, si eres capaz, de qué servirá el llenarnos la boca con esas cuatro letras si cada uno de nosotros no se multiplica por dos desafiando las normas para hacerse uno, o divide cada ápice de alma para compartirlo a cambio de nada. Que yo me quiero integrar contigo, que quiero exponerme y elevarte, quiero demostrarte e igualarnos. Quiero despejar tus equis, quiero ser menos incógnita y quiero saber cuáles son exactamente tus diversas soluciones. Quiero poder identificarme con tus múltiplos y jamás con tus divisores. Quiero que no te quiebres, pero quiero que nos fraccionemos de forma voluntaria para, después de todo, ser un resultado común. Quiero que intentemos demostrar el concepto de infinito a base de canciones en la ducha, películas con manta por encima y besos porque sí, porque me apetece. Quiero que reinventemos la ciencia y hacer nuestra propia lógica, ir más allá y establecer nuestro propio idioma, que lo usemos para cada día ganarnos de nuevo. Inventar deportes, dibujar constelaciones, ponerles nombre a las ideas y darles vida con nuestras manos. Quiero hacer carreras en tu espalda o por cualquier lado del que consideremos nuestro hogar. Donde sea, pero contigo. Quiero que tengamos la historia más bonita que jamás se haya escrito y que, además, sea de nuestro sueño y letra. Quiero verte subir, conquistar cimas y admirarte a ti y a tus formas, porque al final, por más que quiera saberte, siempre serás mi asignatura pendiente, y no porque me cuestes sino porque nunca quise dejar de aprenderte.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Querer, ¿es poder?


Entre cerveza y cerveza me planteé qué estaba haciendo con mi vida como si yo, quien anda viviendo sin planear su ruta, tuviera la respuesta. Hipótesis de futuro fue lo que rondó mi cabeza una y otra vez, como si fuese vidente o algo por el estilo. Que si estudiar para llegar a ser lo que quiero ser, que si ayudar para sentirme bien el día de mañana, que si comer para no morir de hambre. En fin, hechos. Sin embargo, nunca se me pasó por la cabeza el amar lo que hago. Me he dado cuenta de que me muevo por influjos y empujones, por no me queda otra, por pura resignación, pero nunca (o al menos prácticamente nunca) por siento que es esto lo que quiero hacer. En cambio, empleo (empleamos) muchos condicionales: me gustaría ir a tal sitio, me encantaría hacer ese deporte, no me importaría visitar aquel restaurante. Vamos, que somos putas condiciones con patas porque en la mayoría de las ocasiones no nos atrevemos a hacer lo que queremos, sino que nos resignamos a aprender a querer lo que hacemos. No hablo de lo típico de haz de tu afición tu trabajo para nunca tener que trabajar porque, mira, eso yo no me lo creo. Todo aquello que convertimos en rutina lo acabamos aborreciendo. Esto no es un estudio de la Oxford University, ¿eh? Es un estudio de la University de mi casa. Así, con prestigio. Lo que decía: no nos atrevemos a vivir intensamente. No nos atrevemos a amar nuestra vida porque nos hemos acostumbrado a seguir los pasos de otros, los que dimos ayer y los que por un motivo o por otro, tenemos planeado dar. Esto en mi pueblo se llama rutina. Y vale ya.

Soy muy aficionada a la Filosofía y cuando leo algo de un autor me quedo con la esencia (o lo que para mí es la esencia, que suele corresponderse con lo que me aporta dicha lectura) y de leer a Nietzsche, entre muchas cosas, me quedo con que tenemos miedo a vivir. Y es así. La diosa Rutina, la que más adeptos tiene actualmente, se regodea ahora mismo en el sillón de su sofá y en el de cada uno de nosotros (porque esta diosa también está en todas las partes) riéndose de nuestra desgraciada monotonía. Y nosotros aquí, poniendo peros y creyéndonos afortunados por tener un trabajo que no nos termina de gustar, unas costumbres que nos aburren pero que repetimos por el simple hecho de ser costumbres, un incordio de compañero de trabajo al que tenemos que sonreír y un sueldo que no compensa lo amargados que estamos cuando llegamos a casa, lo cual nos impide disfrutar del único momento del día que podemos denominar como nuestro. Qué bien, qué linda vida. Con todo esto no digo que nuestro día a día tenga que ser dedicado a ver por dónde nos viene el aire en ese momento o a ser unos kamikazes, simplemente no deberíamos tener miedo de vivir intensamente, al menos nuestros ratos libres (que verdaderamente no son libres porque gran parte de los mortales nos dedicamos a pensar qué es lo que vamos a hacer para comer mañana, a qué hora tengo que ponerme el despertador y cuantísimas cosas tenemos que terminar porque no nos va a dar tiempo). Nuestra existencia es una concatenación de resignaciones, pero no me preguntéis cuál fue la primera porque no lo sé, no tengo la Cátedra en Sufrimiento Humano. No voy a precipitarme y/o aventurarme a decir que fue el auge del capitalismo o la religión, porque posiblemente encuentre peros a todos, pero sí me atrevo a decir que el miedo es el enlace de todas ellas. Miedo a no tener dónde ir, miedo a estar solo, miedo a no tener un puto duro con el que salir adelante, miedo a no tener un trozo de pan que llevarte a la boca, miedo morir, miedo a caer enfermo. Miedo. Miedo. Miedo. Nada más. Al final van a cambiar las cosas y lo que nos va a hacer humanos es el miedo y todo aquel que viva intensamente, que debería ser como hay que vivir, será considerado raro. ¿Por qué? Por asumir el riesgo de hacer la vida suya. Por eso yo admiro a los emprendedores, a los que asumen el riesgo de jugarse lo que tienen por llevar a cabo algo que verdaderamente quieren. Por eso admiro a los que vencen a las fobias, porque ponen remedio a ese mal que hace tiempo deseaban quitarse. Por eso admiro a los que se muestran tal cual son ignorando el qué dirán porque es como ellos sienten que son. Por eso admiro a los valientes. Yo probablemente sea una cobarde que se oculta tras estas líneas y por eso entre cerveza y cerveza no encontré respuesta al qué estoy haciendo con mi vida, no lo sé. Sé que estudio lo que quiero y planeo seguir haciendo lo mismo más adelante (planear, craso error), que hago el deporte que me gusta porque en su día quise empezar a hacerlo, que superé algunos de mis miedos y a día de hoy ando venciendo mi pánico a las alturas, que quiero a quien siento y no a quien debería y que me muestro tal y como soy aunque de vez en cuando me asusta lo que dicen (porque soy humana y tengo miedo de vez en cuando, qué le voy a hacer). Sé que ahora mismo estoy aquí, escribiendo estas líneas que probablemente no me lleven a ninguna parte, pero haciéndolo he pasado de me gustaría hacerlo a lo he hecho. Vivir intensamente no implica tirarte con paracaídas de un avión todos los días de tu existencia, es hacer lo que verdaderamente quieres hacer sin impedir que los demás vivan intensamente también, porque todos deberíamos atrevernos a vivir, a salir de esa Dialéctica del amo y el esclavo de la que hablaba Hegel, deberíamos querer nuestro propio reconocimiento y no el de los demás. Deberíamos, condicional. Quizá estamos haciendo de nuestro tiempo una condición y ahí está el problema. No lo sé.

Otra cerveza, por favor.



Seguiremos informando.

lunes, 27 de agosto de 2018

Diario de una gorda.

Gorda. Sí, gorda. A diario cargo mi espalda con miradas que lo gritan. Gorda. Por llevar un pantalón corto: gorda. Por llevar una camiseta ajustada: gorda. Por comer delante de la gente: gorda. Por salir a correr y tener que bajar el ritmo de vez en cuando: gorda. Por ir con bikini: gorda. Gorda. Gorda. Gorda.

No es el por qué sino el para qué. Muchas veces he priorizado (por no decir siempre) el cómo se dicen las cosas y no el motivo que lleva a decirlas, porque el móvil puede ser un cruce de cables, pero las formas son algo que nace. Es una criaturilla, un mini-tú verbalizado. Por eso me duele que me digan gorda. Por eso me duele que me miren pensándolo porque, sí, también se nota. Hay quienes te miran con lástima, otros que acompañan sus ojos con la risa. Es así y es la condena de las personas gordas (al menos hasta el día de hoy). Duele. Lo que comienza siendo en el colegio tonterías de niños (que más de una vez me lo han dicho, que son tonterías de niños, que no haga caso) acaba siendo una losa.

Desde hace un tiempo he decidido retomar la vida saludable y hacer deporte, no por demostrar nada a nadie, sino por el simple hecho de que me gusta. Comenzó siendo un suplicio porque me daban los siete males exclusivamente de pensar que me podía ver alguien conocido porque vete tú a saber qué se iba a pensar (muchas veces tener un complejo o una condición que se sale del estereotipo conlleva crear en ti esa villana malpensada de Disney, ¿vale?), para qué voy a mentir. Hoy en día me gusta mucho salir a correr, a andar, a dar paseos en bici… en fin, que me gusta hacer deporte. La cuestión es que hoy he decidido salir a hacer un poco de aerobismo (footing para los amigos) por la mañana porque con el fresco matutino se va mejor y hay menos gente, por lo que me ahorro atascos innecesarios de personas saludables. Bueno, pues hoy me han vuelto a llamar gorda desde un coche. Así: ¡gorda!, ¡gorda!, ¡gorda! Como si fueran cheerleader o algo por el estilo. La cuestión es que me he parado a pensar (no literalmente, yo he seguido mi camino corriendo con el orgullo un poco tocado, que no hundido) y he terminado preguntándome qué pasaría si esto me lo chillaran yendo con alguien que quiero, que me importa, porque nunca me han dicho nada estando acompañada. Mi conclusión ha sido que me avergonzaría muchísimo y con muchísimo quiero decir que de uno a dos me avergonzaría tres. Imagínate. Ya no solo por mí, sino por quien me acompañase en el momento. Y tú te preguntarás por qué. Pues vamos por partes: cuando comencé a cambiar mi modo de vida veía una puta cuesta ascendente interminable con piedras que se caían hacia mí y todo, una locura. Lo veía todo muy complicado porque había vivido muchos años sumida en el conformismo de ser la gorda, aunque no me gustara, y salir de aquello no iba a ser tarea fácil. La cuestión es que salí porque yo quería salir, por salud, no porque estuviera socialmente mal vista. Bueno, pues si me dijeran gorda estando acompañada por alguien que me importa sentiría que mi proceso sigue en el punto de partida. No sé por qué. Bueno, sí lo sé: porque volvería a hacerme pequeña ante esa puñetera palabra. Porque volvería a ser algo frágil y vulnerable, a creerme lo que me dijeran finalmente. Lo sé porque hoy, muchas veces no se acuerdan de lo que hice bien hace un tiempo, sino de que yo, la que hizo aquello bien, era la gorda (o la que estaba fuerte, en su defecto, hay quienes no se atreven a pronunciar esas cinco letras). Y no me lo tomo a mal, pero quedarse con lo superfluo quizá no sea lo más agradable. Siendo gorda también era amiga de mis amigos, como ahora, y ayudaba a todo aquel que podía, como ahora. Pero era gorda. Y aun hoy sigo siéndolo a la vista de muchos. Pero la vista de muchos no es la mía, claro está. También me avergonzaría por quien me acompañase, pobre de aquel que tenga que verme fingir que no pasa nada. Sobre todo si me conoce, porque se va a dar cuenta. Pobre porque si a ese alguien le importo, le va a doler verme así. Y qué pensará, me preguntaré yo. Cómo le habrá sentado, me diré. ¿Pensará lo mismo? Esa será mi pregunta final. Y entonces mi orgullo ya no solo estará tocado: se habrá hundido.

Sé que si alguien me quiere realmente me querrá por el para qué y no por el por qué. Me querrá para que le quiera y para quererme, para que estemos y nos demostremos, para vernos en las buenas y las malas. No me querrá porque quiere que le quiera, no me querrá porque quiere que esté en las malas. Me querrá en buen tono y no con malas intenciones. Me querrá consigo sin motivos, para tenernos. Sin embargo, duele. Duele pensar que alguien puede pasarse al lado oscuro. Por más que confíes en la gente que te rodea, suele costar confiar en ti. Siempre se es para uno mismo una asignatura pendiente, no nos engañemos. En alguna parcela de nuestra vida, todos nos hemos sentido y nos sentimos inseguros. Porque sí, porque lo llevamos en nuestro ADN y porque el miedo es irracional. Soy de esos que creen que la inseguridad va ligada al miedo. En mi caso ¿miedo a qué? Pues tampoco me he parado nunca a pensarlo. Miedo, a secas. Soy insegura a tiempos parciales, eso sí, porque hay días que me comería el mundo y otros que me como la vuelta de la esquina y tengo empacho. Son rachas, supongo. Y no por estar gorda, sino porque soy humana. En definitiva y como iba diciendo antes de andarme por las ramas: me duele que seamos tan duros con los demás y tan críticos con las variables. Mi cuerpo (haced énfasis en el mi los que estéis leyendo esto) es variable. Mi forma de ser es constante. Las variables varían, valga la redundancia, mientras que las constantes permanecen pese a la huida de los elementos variables. Hace unos años hice un esfuerzo sobrehumano por aquel entonces para aprender que todos tenemos una constante común y es que somos personas, aunque el hecho de ser humanos es una variable que dependerá de nosotros mismos. Juzgar un jardín es fácil si no sufres la complejidad del mantenimiento y la vida de cada flor. Así somos nosotros: nos creemos simples pese a ser complejos.

Yo, gorda, lo digo de corazón, de estómago y de pierna izquierda si queréis: deberíamos no doler tanto ni recalcarle a cada cual algo que por sí mismo puede ver y de hecho ve. ¿Creéis que un gordo no se ve gordo o que, por el contrario, una persona delgada no ve lo delgada que está? ¿En serio? Si una persona varía en peso bruscamente, lo nota. Creedme, lo nota. Si consigue hacerlo habiéndolo buscado, felicitémosle por cumplir el objetivo, si no, no hay nada que recriminar. Una persona que cojea sabe perfectamente que lo hace, no hagamos leña del árbol caído. Una persona sorda se da cuenta de que no oye, no nos ensañemos. Una persona calva, sabe que lo es, no hace falta recordárselo continuamente. Y así con todo. Preocupémonos más de nosotros, cada uno de sí mismo que ya de por sí somos un mundo por descubrir. 

Poco más puedo decir, tras estas letras mi orgullo esta un poquito más sanado. Al final uno es quien más daño puede hacerse a sí mismo, solo hay que elegir: ser aliado o estar contra de ti. Yo estoy conmigo y, hasta que me dé por hacer punto de cruz, por ejemplo, seguiré corriendo, que no es de cobardes y las personas gordas también podemos. 

Seguiremos informando.


domingo, 26 de agosto de 2018

La vida.

La vida es eso que pasa mientras esperas a que llegue la emoción. La vida es eso que pasa mientras te decides. La vida es cuestión de perspectiva. La vida no es vivir. La vida es un abrazo de la nada, tardes de cerveza en una terraza, paseos nocturnos por la playa, sexo por la mañana. La vida son orgasmos intensos, paradas de reloj. Desengaños, aprendizajes. La vida es el café de después de comer, el primer cubata de las noches de fiesta, los ¿y por qué no? mezclados con ¿a que no te atreves? La vida es ir desnudo sin complejos, mirarse y reconocerse, querer y poder. La vida es ese cuadro abstracto que no entiendes y nunca comprarías si te fijaras o lo pensaras dos veces, es esa broma de mal gusto que de broma tiene poco, esa historia porque acaba, ese chiste porque ríes, ese filo porque daña, ese recuerdo porque no vuelve. La vida es cuestión de plantearla, que no planearla. Es decir que quieres y poder hacerlo; poder hacerlo y decir que quieres. La vida es una puta carrera de fondo en la que si piensas exclusivamente en el final no vas a disfrutar del recorrido, y yo me niego. Me niego a vivir atada al cartel de meta, a que me importe más mi objetivo que el camino a recorrer, me niego a perderme las cervezas de domingo, las canciones en la ducha, las risas de la nada y las miradas cómplices. Me niego a quedarme en la superficie, a no poder volar, a ver cómo los demás sobrevuelan mis huellas mientras yo me muero por saber a qué huele el jodido espacio entre nube y nube. Y qué más da si me estrello si yo he querido volar. Y qué más da si me pierdo si yo he decidido jugármela. Qué más da porque yo no sé si mañana continuaré teniendo alas o me dará vértigo usarlas. Qué más me da el mañana si ni siquiera tengo el hoy en el bolsillo. 

Yo no quiero vivir con claros, yo no quiero mirar al horizonte. Yo quiero piedras. Yo quiero mares. Yo quiero vida por los cristales. Yo quiero calle, yo quiero noche, no quiero miedo, menos reproches.

Una vez me dijeron que la vida es cuestión de prioridades y yo prefiero la vida a ras de vuelo que sobrevivir, porque hacerlo yo no está mal, pero vivirla a ella es otro mundo.

sábado, 25 de agosto de 2018

Reinventar la vida es el baile de los valientes.

Reinventar la vida es el baile de los valientes. Atreverse a cambiar la rutina del que antepone el puedo al quiero. Mirar hacia delante la obligación de todo aquel que olvidó pisar el freno en su día y ha hecho de aquello su costumbre. Todo es cuestión de proponértelo, de mirarte y decir que sí. 

Quién no ha deseado alguna vez cambiar aquello que pasó hace tiempo y acabó destrozándote, disfrutar otra vez de eso que tanto te hizo reír, volver a esa playa en la que escribiste historia en la arena con el simple hecho de pisarla. Dime, quién no. Quién no ha querido abrazar a aquel que se fue, saber a tiempo que decías adiós por última vez para no haber terminado de despedirte nunca, dejar impregnada parte de tu alma en esa persona que no va a volver. Dime, quién no. Quién no ha querido que los complejos le quedaran grandes, que el miedo ya no volviera a ser obstáculo, que los recuerdos no se borraran ni siquiera de tu piel. Dime, quién no. Quién no ha querido regresar a un abrazo, dar de nuevo ese primer beso, retomar esa conversación que quedó a medias, empezar aquel viaje de nuevo que tanto te gustaba hacer. Dime, quién no. Quién no sueña, quién no ríe, quién no recuerda, quién no siente, quién no quiere. Dime, quién no.
Dime quién no muere por vivir y mata la vida intentándolo. Dime quién no apuesta tiempo a cambio de recuerdos.

Dime, ¿y tú?

domingo, 10 de junio de 2018

Te quiero.

Reinventaste el concepto amor. Tiraste por la ventana todos esos prejuicios que empleaba cada vestir cada una de mis curvas. Abrazaste mis miedos y los hiciste desaparecer a caricia limpia. Secaste las lágrimas que lloré hace tiempo. Silenciaste la voz de cada uno de mis demonios. Me abrazaste y fue con el mismo roce de tu piel con el que sentí echar raíces por primera vez. Por eso mismo no entiendo   eso de estar separados: porque incluye a dos personas y contigo me siento solo una. 
No tuve que pedirte nada porque eso no es querer. No tuve que querer quererte para hacerlo. No tuviste que retenerme para que me quedara y no te pedí ni una vez que no te fueras para que siguieras conmigo. Porque al final contigo llevas el querer. La voluntad. La paciencia de estar con una persona cuyo día a día es todo lo contrario a monotonía. Porque me has visto llorar de tanto reír y me has hecho reír para que cesara mi llanto. Porque eres tú la métrica de todos mis versos. Porque eres tú el argumento de mis historias. Porque tienes el nombre y el perfil perfecto para ser el protagonista de todos mis viajes, para ser el destino de todos mis trayectos. Porque ya no tú o nadie. No te quiero comparar, ya sabes lo que dicen: las comparaciones son odiosas y yo no quiero dejar al resto del mundo en mal lugar. 
Todavía me esfuerzo por ser aquello que buscaste en su día en alguien y encontraste en mí. Todavía busco mantener la chispa con la que alumbraste un camino para cuatro huellas. Todavía busco ser brújula cuando te pierdas. O todavía busco perderme contigo, porque nunca estaré más cerca de mi meta que a tu lado. Siempre a tu lado. 
No te quiero prometer la Luna porque sé que es difícil poder dártela, pero si te compensa te doy todas mis noches para intentar buscarla juntos por el cielo desde aquí abajo. Yo te arropo en invierno. Tú solo acércate, siempre tengo ganas de pasar calor contigo. Porque me miras y me prendes. Tú lo sabes. Me miras y vences a todos esos monstruos a los que creí temer. Tú eres mi escudo. Por ti sí merece la pena luchar. 
Yo no sé cuánto tiempo más vas a querer aguantar mis subidas y bajadas, ni sé exactamente qué es lo que te hace día a día querer volver a subirte en el vaivén que es mi vida. Pero te lo agradezco. A ti, a la vida o a la Luna. No sé si es exactamente agradecer, pero si después de tanto tiempo sigues eligiendo quedarte aun teniendo siempre la puerta abierta, es que algo estamos haciendo bien. Te quiero. Lo sabes. Te quiero y te quise. Y aunque dieras un portazo mañana, tenlo claro: también te quiero. Cada día me levanto con el miedo de que no estés. Y es verdad que no estás a mi lado, pero mis sueños siempre huelen a ti. Te quiero en ellos. Y en mi cama. Y en mi vida. Te quiero siempre. 
Pensé querer antes, pero hasta que no temí perder algo de verdad, hasta que no temí perderte, no me di cuenta que el verdadero significado de la palabra amor, lo reinventabas tú cada día.

lunes, 14 de mayo de 2018

Vínculos.


No es cuestión de que necesite a alguien a quien querer, es que simplemente me gusta quererte. Y me dirás que por qué a ti y no a otros. Que qué es lo que tú me das que nadie más pueda darme. La verdad que no lo sé, y quizás sea la incertidumbre lo que más me gusta. No estoy segura, pero por ahí irán los tiros. Es ganas de saber, ganas de conocer más y de querer más. Tengo ganas de querer más. ¿Que por qué? Tampoco lo sé. Yo ya no sé nada y menos si se trata de ti, porque al final me has demostrado que estás muy lejos de ser ciencia exacta, de eso a lo que yo llamo taxidermia emocional. Conceptualizar lo abstracto es algo así como ponerle un límite al cielo. Sinsentido. También distas mucho de eso que la gente llama vulgarmente amor. No son mariposas ni sonrisa de idiota, así como tampoco es necesidad. Eres tú y soy yo. Es ser nosotros, vincularnos de tal forma que podamos llamarnos como uno. Y no sé exactamente si eso es a lo que la gente llama amor, pero de lo que estoy segura es de que no sé describirlo. No sé decirte si te quiero de aquí a la Luna porque nunca he ido, pero sí me has hecho irme del mundo. Igual eso sí es amor y no solamente un te quiero de boquilla. Yo no entiendo eso de amor de rincones: andar mucho para estar juntos en un solo cruce. No quiero amor de periferia ni que suframos por no vernos. No quiero peleas de enamorados ni crisis por superar. Quiero ser contigo y que venga lo que tenga que venir. Y si eso es amor para algunos que lo llamen de tal forma, para mí somos nosotros y el resto a mí me sobra.

domingo, 6 de mayo de 2018

Que no.

Que basta ya de tanta tontería,
de poner como excusa el pie izquierdo,
 el me duele la cabeza,
el no tengo ganas.
Que basta ya de tanto trapo sucio y
tan poca ropa por el suelo,
de tanto canibalismo comiéndonos la cabeza y
tantas ganas en la cárcel.
Que vale ya de tanto silencio,
de fiestas de complejos,
de correr por las calles presa del miedo.
Que vale ya de tanto sofá y
tan poca vida,
de tanta muerte mental prohibiendo a las ideas tener salida.
Que vale ya de tanta comodidad y
conformismo,
de creer que llegamos aquí a mesa puesta.
Que vale ya con tanta tontería de soñar,
de idear y luego,
si queda tiempo,
actuar.
Que vale ya.
Que me he cansado.
Que no quiero tonterías,
excusas y
palabras vacías.
Que no quiero miedo,
cárcel
ni frenos.
Que no quiero presas,
que no quiero llantos,
que no quiero muertes.
Que quiero vida,
que quiero libres,
que quiero siempre.
Que no vine aquí para conformarme,
vine aquí para ser alguien.
Que no me voy a cansar,
que no,
que esto solo ha hecho que empezar.

lunes, 23 de abril de 2018

Que tu mano nunca anda sin la mía.

Cuando creas que estás perdido llámame, 
cuando tu única salida sea saltar 
pídeme que te coja de la mano. 
Cuando creas que no hay vuelta atrás recuerda,
cuando des un paso atrás 
pide que yo dé otro para ir iguales. 
Cuando creas que nada tiene sentido mírate,
cuando no te reconozcas
piensa que no hago más que ser tu reflejo. 
Cuando creas que estas solo mírame, 
cuando me mires fíjate 
por favor, fíjate, en que tu mano nunca anda sin la mía. 

martes, 6 de marzo de 2018

Yo no vivo, improviso.

Me gustaría que mis pasos fueran a alguna parte o saber decir convencida que muchas veces el camino es más importante que el fin. Me gustaría darle sentido a mi ritmo, habilitar nuevos espacios que recorrer, inventar mi propio mapa de coordenadas o cantarle a algo que no sea al amor. Me gustaría toparme con mil especies nuevas de personas a lo largo de mi trayectoria, hacer balance y que salga ganando, perder algo más que el tiempo o llegar al menos a perder la vergüenza. También me gustaría saber por qué voy hacia dónde voy, encontrar el sentido a mis impulsos, a mi deseo irrefrenable de lanzarme al vacío sin paracaídas. Porque, no, ya he demostrado que no me va eso del riesgo, que soy una persona que se mueve entre la escala de grises y que su acción es tan homogénea como el café que desayuna cada mañana. Sí, soy de esas que siempre desayunan lo mismo. Por lo que también lo afirmo: soy de tradiciones. La pena es que pese a haber cientos de personas a mi alrededor me encuentro sola manteniéndolas. Me gustaría poner en cada intento fuerza, ganas, porque no es que no tenga, es que no sé cómo e igual ese es el problema: me he dedicado tanto tiempo a improvisar que cuando tengo que pensar en mí también improviso. Sí, sé seguir un camino, pero no buscar atajos. Claro que sé saltar al vacío, pero no me pidas volver a subir: no lo haré, hay más peligro ahí fuera que en esa especie de refugio que aislado me he ido haciendo. Y por supuesto que sé desayunar algo que no sea café, pero el tiempo pasa y aprender a hacer algo nuevo me hará llegar tarde a aquello que hago porque tengo que hacer y no porque quiera hacer. Porque querer, lo que es querer, quiero poco. Y con eso me basta. O no, no lo sé, yo no vivo, simplemente estoy improvisando y, ya os digo, para ello no es necesaria gran cosa.

lunes, 26 de febrero de 2018

Imagino.

Imagino que ver todo gris es cuestión de bruma, que no de broma, que la solución está en cerrar los ojos, apuntar alto, frotar tu vida y creer en ti. Porque todo pasa. No nos engañemos. Todo pasa: lo bueno, lo malo y lo regular, solo que tú eres quien decide si ir con eso que se te escapa o quedarte quieto agitando la mano como si le dijeras adiós. Porque al fin y al cabo, caminar, seguiremos caminando. Por eso nunca miro al frente, porque sé que aunque a veces no quiera mis pasos van a seguir su ritmo. Por eso miro al lado, porque en ti encuentro las mejores vistas. 

Imagino que prácticamente nada de lo que hoy pienso seguirá vigente en mi mente en veinte o treinta años. Y todo porque habré seguido mi camino. Eso también lo imagino porque me cuesta más bien poco hacerlo y porque tengo esa costumbre, ni buena ni mala, de vivir más tiempo sumida en lo que puede ser que en lo que es realmente. Al final lo único que consigo es volar. O dejar que me vuelen. No lo sé, el caso es que pocas veces me han dicho eso de tienes los pies en la Tierra , en cambio, muchas veces he tenido que oír eso de ¿estás aquí o en la Luna? Quizás sea pura casualidad. O no. Igual es parte del camino. No lo sé. Al igual que no sé nada. Nada de mí ni de la vida. Sé por lo que he pasado y de alguna forma sé por lo que estoy pasando, pero no sé qué es lo que voy a tener que pasar. No lo sé. No sé si túneles oscuros o acabaré en la cima del pico más alto de mi imaginación. No lo sé. No sé nada, ya lo digo, solo sé imaginar. 

miércoles, 10 de enero de 2018

Ay, compañero.

Ay, compañero, si tú supieras lo que es
vivir con la ausencia de tu vida,
anhelando tu olor a café,
dejando huellas en mi existencia. 

Ay, compañero, si tu supieras lo complicado que es
que te hayas ido 
llevándote contigo 
gran parte de mi ser. 

Ay, compañero, si tu supieras cuán es el frío
que siento dentro 
desde aquel invierno 
que me arrebataste tu abrigo. 

Ay, compañero, si tu supieras cómo es saber
lo complicado que ha sido 
tener que aprender 
a vivir con tu olvido. 

Ay, compañero, si tu estuvieras 
aquí, conmigo, 
y no ahí fuera
todo esto no hubiera ocurrido.

lunes, 8 de enero de 2018

LOS OJOS DE MIS DEMONIOS. Mi nuevo proyecto.

Hace mucho tiempo que me dedico a escribir en mis ratos libres todo aquello que siento o he sentido. O me gustaría sentir. Sin embargo, siempre tenía una espinita referente a lo que plasmo aquí en el blog o en cualquier trozo de papel. Una espinita que, a día de hoy, he decidido quitarme. 

Muchas veces soñamos con nuestro futuro, con lo que nos gustaría llegar a ser, con lo que nos gustaría tener, sentir, vivir, los sitios que nos gustaría visitar, las ocasiones que desearíamos que nos presentaran. En definitiva: soñamos. Y, eso, es precioso. Sin embargo, yo, inconformista por naturaleza, no me conformo con soñar. Yo admiro a todo aquel que lucha y cumple sus sueños y, entonces, ¿por qué no me voy a admirar yo? Hacía mucho que no me veía con tantas ganas como me veo ahora para escribir algo que no sea prosa poética (que, por supuesto, seguiré escribiendo porque, no, no puedo dejar de sentir). Para ello hago esta entrada hoy: pongo a vuestra disposición un pedacito de mis sueños. Una parte de mí que no está en este blog plasmada. Ilusión, mucha ilusión. Estaré encantada de saber qué pensáis de este proyecto. 

Gracias por todo, ojalá crearos intriga. Y que os guste. Que os guste mucho.