viernes, 28 de diciembre de 2018

Vivir va de sentir. Sin emoticonos.

Teniendo la maravillosa capacidad de fotografiar con nuestros ojos instantáneas preciosas para almacenar en la memoria a modo de recuerdos, seguimos prefiriendo plagar nuestra galería personal con capturas de pantalla, aplicaciones para no aburrirte y un poco de Instagram para pasar el rato. Pero... ¡eh! Que la vida está ahí fuera. Que un día te levantas y es la última vez que haces la cama. Que sales a la calle y adiós. Que pones un pie en la calzada y se acabó. Que coges el bus un día y ya no más. Que un día te acuestas y felices sueños. Todo con la cabeza plagada de tonterías, galerías de prejuicios y almacenes de tiempo perdido. Y ahora tú, ahí, esperando ese mensaje mientras la vida no te espera a ti. Qué curioso: nos pegamos horas y horas con el dichoso aparatito en la mano creyendo estar conectados y luego resulta que sucede todo lo contrario. Que miras el móvil y adiós. Que abres el WhatsApp y desilusión. Que subes algo a Instagram y críticas. Que te metes a Twitter y hay dolor. Y todo esto por no recordar que tenemos dos objetivos en la cara capaces de captar la vida mientras nosotros la estamos perdiendo. 

Imaginemos un apagón. Un fallo a nivel global de todos los aparatos que nos sirven para comunicarnos los unos con los otros. ¿Adónde acudirías? ¿Cómo llegarías a aquel sitio sin el GPS de tu smartphone de última generación? O, si no, ¿cómo recordarías el piso al que tienes que llamar para que te abran la puerta? ¿Cómo te preocuparías por ese familiar que tienes en el hospital ingresado desde hace tanto tiempo? Dime: cómo. Me gustaría saber qué muestras de cariño enviarías si no tienes el teclado de emoticonos en la vida real. 

Porque en un mensaje no se guarda el olor de un abrazo ni el calor que alberga. Tampoco se recoge ese cosquilleo en la tripa tras un beso ni la sonrisa cada vez que dos que quieren levantar la mirada y verse sucede: se ven. Tampoco en un mensaje se guardan los cafés con tu grupo de siempre, ese que no tiene un nombre recogido en veinticinco caracteres, que de tanto alargarse se junta con la cena. Un mensaje no tiene el mismo encanto que un te echaba de menos dicho mirando a los ojos, fotografiando cada reacción para dar lugar al álbum de la vida. Un mensaje es un mensaje y nunca sustituirá a un abrazo, a un beso, a un reencuentro. Un mensaje nunca será un silencio gritando te quiero por mucho que nos cueste admitirlo. Las mejores cosas de la vida no pasan tras una pantalla sino teniéndola guardada en el bolsillo del pantalón. 

Al final vivir no va de ver quién tiene más seguidores sino de ver cuántos permanecen a tu lado pase lo que pase sin dejar de seguirte. La sonrisa de un abuelo, la mirada de tu abuela, el orgullo de tu madre, las risas jugando a las cartas con los colegas de siempre, las tardes viendo series o películas con tu pareja, las noches hasta las mil leyendo ese libro que ha conseguido atraparte o esas noches de sexo que desearías que no acabasen nunca. Vivir va de sentir. Así que ahora me pregunto yo: ¿qué haces leyendo todo esto si la vida está ahí fuera y no entre estas líneas?

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