lunes, 18 de septiembre de 2017

El baile de mi vida.

A sabiendas de que podías no concederme el último baile, tomé un respiro y te tendí mi mano. Y aceptaste a bailar sin música, pegados, con y sin ropa, sin importar que la luz fuera cada vez más tenue y sin importar, tampoco, que estuviéramos tumbados.  Te desnudé con los ojos y, joder, que alma tan bonita tienes. Sacié mi sed de ti a cada palabra que me decías y me enamoré todavía un poco más de la poesía improvisada que lanzabas por tus nervios. Y esa risa. Te juro que nunca me he sentido tan llena como cuando hasta te costaba coger aire de tanto reírte. Te lo digo de verdad: nadie me da más que tú sin ofrecerte yo nada a cambio. Nadie. Y es que al fin y al cabo te quiero como para admirarte en cada día de mi vida, para protegerte aun sabiendo que no tengo armas y que tú derribaste todos mis muros. Y mis pasos, porque hasta con los bailes que inventas cuando no quieres levantarte de la cama cada mañana, madrugón tras madrugón, haces de ti el coreógrafo de la sinfonía armoniosa de gemidos silenciados entre tu cuello y el mío. Porque eres el baile de mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario