lunes, 27 de agosto de 2018

Diario de una gorda.

Gorda. Sí, gorda. A diario cargo mi espalda con miradas que lo gritan. Gorda. Por llevar un pantalón corto: gorda. Por llevar una camiseta ajustada: gorda. Por comer delante de la gente: gorda. Por salir a correr y tener que bajar el ritmo de vez en cuando: gorda. Por ir con bikini: gorda. Gorda. Gorda. Gorda.

No es el por qué sino el para qué. Muchas veces he priorizado (por no decir siempre) el cómo se dicen las cosas y no el motivo que lleva a decirlas, porque el móvil puede ser un cruce de cables, pero las formas son algo que nace. Es una criaturilla, un mini-tú verbalizado. Por eso me duele que me digan gorda. Por eso me duele que me miren pensándolo porque, sí, también se nota. Hay quienes te miran con lástima, otros que acompañan sus ojos con la risa. Es así y es la condena de las personas gordas (al menos hasta el día de hoy). Duele. Lo que comienza siendo en el colegio tonterías de niños (que más de una vez me lo han dicho, que son tonterías de niños, que no haga caso) acaba siendo una losa.

Desde hace un tiempo he decidido retomar la vida saludable y hacer deporte, no por demostrar nada a nadie, sino por el simple hecho de que me gusta. Comenzó siendo un suplicio porque me daban los siete males exclusivamente de pensar que me podía ver alguien conocido porque vete tú a saber qué se iba a pensar (muchas veces tener un complejo o una condición que se sale del estereotipo conlleva crear en ti esa villana malpensada de Disney, ¿vale?), para qué voy a mentir. Hoy en día me gusta mucho salir a correr, a andar, a dar paseos en bici… en fin, que me gusta hacer deporte. La cuestión es que hoy he decidido salir a hacer un poco de aerobismo (footing para los amigos) por la mañana porque con el fresco matutino se va mejor y hay menos gente, por lo que me ahorro atascos innecesarios de personas saludables. Bueno, pues hoy me han vuelto a llamar gorda desde un coche. Así: ¡gorda!, ¡gorda!, ¡gorda! Como si fueran cheerleader o algo por el estilo. La cuestión es que me he parado a pensar (no literalmente, yo he seguido mi camino corriendo con el orgullo un poco tocado, que no hundido) y he terminado preguntándome qué pasaría si esto me lo chillaran yendo con alguien que quiero, que me importa, porque nunca me han dicho nada estando acompañada. Mi conclusión ha sido que me avergonzaría muchísimo y con muchísimo quiero decir que de uno a dos me avergonzaría tres. Imagínate. Ya no solo por mí, sino por quien me acompañase en el momento. Y tú te preguntarás por qué. Pues vamos por partes: cuando comencé a cambiar mi modo de vida veía una puta cuesta ascendente interminable con piedras que se caían hacia mí y todo, una locura. Lo veía todo muy complicado porque había vivido muchos años sumida en el conformismo de ser la gorda, aunque no me gustara, y salir de aquello no iba a ser tarea fácil. La cuestión es que salí porque yo quería salir, por salud, no porque estuviera socialmente mal vista. Bueno, pues si me dijeran gorda estando acompañada por alguien que me importa sentiría que mi proceso sigue en el punto de partida. No sé por qué. Bueno, sí lo sé: porque volvería a hacerme pequeña ante esa puñetera palabra. Porque volvería a ser algo frágil y vulnerable, a creerme lo que me dijeran finalmente. Lo sé porque hoy, muchas veces no se acuerdan de lo que hice bien hace un tiempo, sino de que yo, la que hizo aquello bien, era la gorda (o la que estaba fuerte, en su defecto, hay quienes no se atreven a pronunciar esas cinco letras). Y no me lo tomo a mal, pero quedarse con lo superfluo quizá no sea lo más agradable. Siendo gorda también era amiga de mis amigos, como ahora, y ayudaba a todo aquel que podía, como ahora. Pero era gorda. Y aun hoy sigo siéndolo a la vista de muchos. Pero la vista de muchos no es la mía, claro está. También me avergonzaría por quien me acompañase, pobre de aquel que tenga que verme fingir que no pasa nada. Sobre todo si me conoce, porque se va a dar cuenta. Pobre porque si a ese alguien le importo, le va a doler verme así. Y qué pensará, me preguntaré yo. Cómo le habrá sentado, me diré. ¿Pensará lo mismo? Esa será mi pregunta final. Y entonces mi orgullo ya no solo estará tocado: se habrá hundido.

Sé que si alguien me quiere realmente me querrá por el para qué y no por el por qué. Me querrá para que le quiera y para quererme, para que estemos y nos demostremos, para vernos en las buenas y las malas. No me querrá porque quiere que le quiera, no me querrá porque quiere que esté en las malas. Me querrá en buen tono y no con malas intenciones. Me querrá consigo sin motivos, para tenernos. Sin embargo, duele. Duele pensar que alguien puede pasarse al lado oscuro. Por más que confíes en la gente que te rodea, suele costar confiar en ti. Siempre se es para uno mismo una asignatura pendiente, no nos engañemos. En alguna parcela de nuestra vida, todos nos hemos sentido y nos sentimos inseguros. Porque sí, porque lo llevamos en nuestro ADN y porque el miedo es irracional. Soy de esos que creen que la inseguridad va ligada al miedo. En mi caso ¿miedo a qué? Pues tampoco me he parado nunca a pensarlo. Miedo, a secas. Soy insegura a tiempos parciales, eso sí, porque hay días que me comería el mundo y otros que me como la vuelta de la esquina y tengo empacho. Son rachas, supongo. Y no por estar gorda, sino porque soy humana. En definitiva y como iba diciendo antes de andarme por las ramas: me duele que seamos tan duros con los demás y tan críticos con las variables. Mi cuerpo (haced énfasis en el mi los que estéis leyendo esto) es variable. Mi forma de ser es constante. Las variables varían, valga la redundancia, mientras que las constantes permanecen pese a la huida de los elementos variables. Hace unos años hice un esfuerzo sobrehumano por aquel entonces para aprender que todos tenemos una constante común y es que somos personas, aunque el hecho de ser humanos es una variable que dependerá de nosotros mismos. Juzgar un jardín es fácil si no sufres la complejidad del mantenimiento y la vida de cada flor. Así somos nosotros: nos creemos simples pese a ser complejos.

Yo, gorda, lo digo de corazón, de estómago y de pierna izquierda si queréis: deberíamos no doler tanto ni recalcarle a cada cual algo que por sí mismo puede ver y de hecho ve. ¿Creéis que un gordo no se ve gordo o que, por el contrario, una persona delgada no ve lo delgada que está? ¿En serio? Si una persona varía en peso bruscamente, lo nota. Creedme, lo nota. Si consigue hacerlo habiéndolo buscado, felicitémosle por cumplir el objetivo, si no, no hay nada que recriminar. Una persona que cojea sabe perfectamente que lo hace, no hagamos leña del árbol caído. Una persona sorda se da cuenta de que no oye, no nos ensañemos. Una persona calva, sabe que lo es, no hace falta recordárselo continuamente. Y así con todo. Preocupémonos más de nosotros, cada uno de sí mismo que ya de por sí somos un mundo por descubrir. 

Poco más puedo decir, tras estas letras mi orgullo esta un poquito más sanado. Al final uno es quien más daño puede hacerse a sí mismo, solo hay que elegir: ser aliado o estar contra de ti. Yo estoy conmigo y, hasta que me dé por hacer punto de cruz, por ejemplo, seguiré corriendo, que no es de cobardes y las personas gordas también podemos. 

Seguiremos informando.


domingo, 26 de agosto de 2018

La vida.

La vida es eso que pasa mientras esperas a que llegue la emoción. La vida es eso que pasa mientras te decides. La vida es cuestión de perspectiva. La vida no es vivir. La vida es un abrazo de la nada, tardes de cerveza en una terraza, paseos nocturnos por la playa, sexo por la mañana. La vida son orgasmos intensos, paradas de reloj. Desengaños, aprendizajes. La vida es el café de después de comer, el primer cubata de las noches de fiesta, los ¿y por qué no? mezclados con ¿a que no te atreves? La vida es ir desnudo sin complejos, mirarse y reconocerse, querer y poder. La vida es ese cuadro abstracto que no entiendes y nunca comprarías si te fijaras o lo pensaras dos veces, es esa broma de mal gusto que de broma tiene poco, esa historia porque acaba, ese chiste porque ríes, ese filo porque daña, ese recuerdo porque no vuelve. La vida es cuestión de plantearla, que no planearla. Es decir que quieres y poder hacerlo; poder hacerlo y decir que quieres. La vida es una puta carrera de fondo en la que si piensas exclusivamente en el final no vas a disfrutar del recorrido, y yo me niego. Me niego a vivir atada al cartel de meta, a que me importe más mi objetivo que el camino a recorrer, me niego a perderme las cervezas de domingo, las canciones en la ducha, las risas de la nada y las miradas cómplices. Me niego a quedarme en la superficie, a no poder volar, a ver cómo los demás sobrevuelan mis huellas mientras yo me muero por saber a qué huele el jodido espacio entre nube y nube. Y qué más da si me estrello si yo he querido volar. Y qué más da si me pierdo si yo he decidido jugármela. Qué más da porque yo no sé si mañana continuaré teniendo alas o me dará vértigo usarlas. Qué más me da el mañana si ni siquiera tengo el hoy en el bolsillo. 

Yo no quiero vivir con claros, yo no quiero mirar al horizonte. Yo quiero piedras. Yo quiero mares. Yo quiero vida por los cristales. Yo quiero calle, yo quiero noche, no quiero miedo, menos reproches.

Una vez me dijeron que la vida es cuestión de prioridades y yo prefiero la vida a ras de vuelo que sobrevivir, porque hacerlo yo no está mal, pero vivirla a ella es otro mundo.

sábado, 25 de agosto de 2018

Reinventar la vida es el baile de los valientes.

Reinventar la vida es el baile de los valientes. Atreverse a cambiar la rutina del que antepone el puedo al quiero. Mirar hacia delante la obligación de todo aquel que olvidó pisar el freno en su día y ha hecho de aquello su costumbre. Todo es cuestión de proponértelo, de mirarte y decir que sí. 

Quién no ha deseado alguna vez cambiar aquello que pasó hace tiempo y acabó destrozándote, disfrutar otra vez de eso que tanto te hizo reír, volver a esa playa en la que escribiste historia en la arena con el simple hecho de pisarla. Dime, quién no. Quién no ha querido abrazar a aquel que se fue, saber a tiempo que decías adiós por última vez para no haber terminado de despedirte nunca, dejar impregnada parte de tu alma en esa persona que no va a volver. Dime, quién no. Quién no ha querido que los complejos le quedaran grandes, que el miedo ya no volviera a ser obstáculo, que los recuerdos no se borraran ni siquiera de tu piel. Dime, quién no. Quién no ha querido regresar a un abrazo, dar de nuevo ese primer beso, retomar esa conversación que quedó a medias, empezar aquel viaje de nuevo que tanto te gustaba hacer. Dime, quién no. Quién no sueña, quién no ríe, quién no recuerda, quién no siente, quién no quiere. Dime, quién no.
Dime quién no muere por vivir y mata la vida intentándolo. Dime quién no apuesta tiempo a cambio de recuerdos.

Dime, ¿y tú?