sábado, 23 de septiembre de 2017

Si desnudara mi alma.

Posiblemente nunca aprenda las suficientes palabras o las adecuadas para decirte todo lo que llevo dentro, para desnudarte mi alma por mí misma, sin ayuda de tus manos. Y todo porque hay tanto que decir, tanto que quitar, que no sé si quiero hacerlo; hace más frío ahí fuera que en mi interior, corro peligro de hipotermia si mis sentimientos llegan al polo sin pasar por tu trópico. Quizá nunca lo intenté suficientemente, quizá me faltó fuerza, valor o coraje o simplemente valentía. No porque no tenga, sino porque todavía ando dando lecciones de cómo aprovecharme de mis miedos, que no son pocos, y de cómo puedo aliarme con mis demonios. 

Si comenzara a hacer pedazos cada trapo que cubre lo silenciado, lo haría suplicándote silencio y paciencia. Más, incluso, de la que has tenido conmigo. Más porque muchas veces no me entiendo ni yo misma y, aunque quiera, no consigo descifrar mi idioma porque, al fin y al cabo, tú has sido el único capaz de aprenderlo. Así pues, y de la misma forma, agradecería que hayas sabido calmar mi ira, mi rabia, todo aquello que quería chillar y acabé llorando. Agradecería que fueras capaz de mirar donde nadie lo hizo, que te pararas a observar y medir el ritmo de mis pasos y que, una y otra vez, me hayas hecho sentirme, aun siendo pequeña, a la altura de todo. No dejaría pasar por alto todas esas horas de sueño que dejaste de lado por mantenerte pegado al teléfono para terminar de hablar con un te quiero y con las ganas, todavía sin agotar, de volver a oírme. Aunque, sobre todo, te agradezco que hayas sido mi compañero en esta montaña rusa de emociones que ha sido mi día a día hasta ahora, que no te hayas acobardado cuando me has oído decir de todo y nada bonito, que te hayas quedado conmigo cuando mis espinas hacían que nadie se acercara y que hayas sabido compartir mi felicidad en esas rampas de subida de esta atracción de feria. Dar las gracias por estar en los peores momentos me has enseñado que está demasiado visto porque, al fin y al cabo, si de verdad a alguien le importas, te hará olvidar los malos tragos y te acompañará cuando quieras echar otro en las noches de fiesta. Y te abrazará cuando sientas frío. Y cuando lo tengas por el tiempo también. Y te mirará como nadie te ha mirado nunca, te acariciará con el cuidado que te mereces, te hablará con delicadeza, sentirá cada suspiro que de ti emana, compartirá risas en la cama, películas en el sofá y besos en la ducha. Realmente, si algo tengo que agradecerte es que durante todo este tiempo hayas sido mi maestro y alumno, que entre nosotros se haya formado un vínculo de continuo aprendizaje en el que nadie es menos que nadie y siempre tenemos algo que ofrecernos. Nada de teoría, no, todo se lleva a la práctica. Porque si algo he aprendido de ti es el valor de los momentos: lo que sientes en un beso de despedida, los nervios cada vez que quedamos aunque no sea primera, las canciones versionadas a nuestra manera, las cosquillas para matar los silencios incómodos y los silencios más que cómodos cuando nos miramos y paramos el tiempo, ese que por ti y por mi no pasa. 

Cuando comenzara a desnudar mi alma, podrías ver que cada prenda que le quito lleva tu nombre en la etiqueta, porque si algo es verdad es que cuando alguien te marca, lo hace de tal forma que no se va nunca. Si mi alma estuviera tatuada, algo simbolizaría tu esencia, esa con la que impregnas todo, esa que, cada vez más, relaciono con mi ser. Esa esencia. Esa ya que si de algo me he enterado en todo este tiempo es que siempre queda en nosotros un pedacito de la gente con la que compartimos nuestra vida. De algunos más, de algunos menos. De ti tu esencia, tu todo, tu tú. Tu tú porque te has entregado voluntariamente sin pedir nada a cambio, has sabido descifrar mis códigos y desnudarme emocionalmente. Soy lo que quiero, y quiero mucho y muchas cosas, pero también te quiero a ti y, pasará la gente o el tiempo, pero siempre, pase lo que pase, vas a ser tú. Con tu esencia y la mía, con nuestras lecciones impartidas y, sin fecha límite, compartidas. 

lunes, 18 de septiembre de 2017

El baile de mi vida.

A sabiendas de que podías no concederme el último baile, tomé un respiro y te tendí mi mano. Y aceptaste a bailar sin música, pegados, con y sin ropa, sin importar que la luz fuera cada vez más tenue y sin importar, tampoco, que estuviéramos tumbados.  Te desnudé con los ojos y, joder, que alma tan bonita tienes. Sacié mi sed de ti a cada palabra que me decías y me enamoré todavía un poco más de la poesía improvisada que lanzabas por tus nervios. Y esa risa. Te juro que nunca me he sentido tan llena como cuando hasta te costaba coger aire de tanto reírte. Te lo digo de verdad: nadie me da más que tú sin ofrecerte yo nada a cambio. Nadie. Y es que al fin y al cabo te quiero como para admirarte en cada día de mi vida, para protegerte aun sabiendo que no tengo armas y que tú derribaste todos mis muros. Y mis pasos, porque hasta con los bailes que inventas cuando no quieres levantarte de la cama cada mañana, madrugón tras madrugón, haces de ti el coreógrafo de la sinfonía armoniosa de gemidos silenciados entre tu cuello y el mío. Porque eres el baile de mi vida.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Si a día de hoy cierro los ojos.

De tantas veces que te he mirado
sin tú darte cuenta, 
he observado cómo tu pecho se 
elevaba a cada respiración mientras dormías
y de tanto haberte pensado,  
si a día de hoy cierro los ojos
puedo dibujarte sin dudar en ningún rincón,
pues en todos ellos, 
accesibles o recónditos, 
he hecho parada yo.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Comprobar a qué sabe lo eterno.

Supongo que eres como esas oportunidades que pasan una vez en la vida, como esas sensaciones que experimentas en momentos irrepetibles o como eso que te transmite la canción que tanto te hace sentir cuando suena en el momento más oportuno. Sin embargo, sé a ciencia cierta que, aunque intermitente, llegaste para no apagarte y para impedir que yo misma dejara de brillar; llegaste para encender la música cuando más necesitaba bailar y, tímida, marcaba el ritmo de mis pasos en silencio, sola, con el vacío como pareja de baile. Y es que más de una vez necesitamos que alguien que no sepa bailar se atreva a moverse con nosotros aunque no sepa cómo y la música ya no suene; que te mire aunque no distinga tu cara porque no hay luz pero sepa cuándo, nerviosas, vuestras miradas se buscan. A veces necesitas sentir el calor de su piel, el roce de su mano, estremecerte a cada paso firme que da escalando tu cuerpo, su cálido respiro en tu cuello, su ropa por el suelo y el reloj sin avanzar. A veces necesitas volar acompañado, ver todo desde arriba, comprobar a qué sabe lo eterno.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Uso del alma como arma letal.

Echo de menos que alguien sea real y me diga que no siempre irán las cosas bien, que nunca será todo bonito y que la vida no es una carrera en línea recta, sino un laberinto con curvas, ramificaciones, atajos y callejones sin salida; no me gusta escuchar siempre que la vida da vueltas de ciento ochenta grados. Solo de ciento ochenta. Y no es así. Por más que nos cueste asumirlo, muchas veces giramos y giramos hasta acabar mareados en el suelo o damos vueltas con el objetivo de cambiar y acabamos en el punto de salida. Tampoco llegan las cosas solas ni el tiempo pone a cada uno en su lugar; hay "te quiero" que son de verdad y muchos otros que se quedan en nada, promesas que se las lleva el viento o personas que soplan fuerte con el objetivo de que te vayas con el aire. 
No quiero pensar tampoco que lo bueno pasa solo a los buenos, porque si algo es verdad es que ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos. Y que la gente no cambia: experimenta y evoluciona, pero nunca lo hace por motivo ninguno. Aunque ¡claro que existe el optimismo!, pero es más fácil quedarse ahí, con eso, que no ver que también existe la negatividad, que no todo es blanco o negro si no que hay una amplia paleta de tonalidades de por medio. 

Estoy cansada de ver cifras exactas y no decimales, del café mal hecho camuflado por azúcar y de modas absurdas para disimular vacíos internos. Estoy asqueada de tanta palabra sin trasfondo y de todos los infelices que se niegan a aceptar que han tocado fondo, que están hundidos, porque les resulta más gratificante engañarse que estar en lo cierto, porque es mucho más sencillo asimilar que la felicidad es permanente y no momentos. Porque yo sigo creyendo en el amor, y no en el amor de boquilla sino en el amor de risas entre sorbo y sorbo de refresco en ese bar de mala muerte en el que dos personas han entrado a causa de la lluvia. Creo también en la fuerza de voluntad, en la inexistencia de las medias naranjas y en la independencia de las miradas que se cruzan con el fin de entrelazarse, de encontrarse y parar el mundo. Creo en parar el tiempo aunque solo sea deteniendo un reloj, en el uso del alma como arma letal. 

miércoles, 6 de septiembre de 2017

El tiempo todo locura y también lo cura todo.


Y me enamoré. Quizá no el día que asumí que estaba completamente enamorada, pero lo hice. Yo no sé si fueron sus besos a traición o los abrazos por la espalda, pero consiguió lo que a escondidas andaba buscando. No me cabe la menor duda que en algo influyó el quedarme mirándole cuando dormía con la adrenalina por las nubes mientras buscaba que no se despertara y me viera ahí, con el moño prácticamente deshecho y esa camiseta suya que antes de que me desvistiera pasé a llamar pijama. También debió tener relación el haber hecho de su piel mi abrigo, de sus brazos mi hogar, de su voz música y de su silencio un respiro; el sonreír cuando se giraba porque yo me hacía la ofendida y lo gracioso que está cuando se enfada al perder en una de las batallas de nuestro círculo vicioso de bromas. 

Y es que, claro, ya lo dicen: el tiempo todo locura y también lo cura todo. Curó mis heridas y evitó rasguños, construyó mis alas antes de enseñarme él mismo a volar por si me atrevía a hacerlo a mi ritmo, aunque siempre he preferido admirar sus giros, cómo se eleva, cómo se pierde y se hace luz. Sanó, también, cada rincón rasgado, unió pedazos de lo que un día fui, desincrustó palabras que me silenciaron y dio voz a zonas mudas de lo que me compongo. Atendió cada necesidad que me surgía y suplió todas aquellas piezas que recopilé para permitir el funcionamiento de mis engranajes. Me miró y me sonrió con los ojos de una forma en la que nunca nadie lo había hecho. Y todo con esa curiosidad de explorador novato, porque, al fin y al cabo, el uno para el otro éramos algo nuevo, pues nunca ninguno había sincronizado antes a la perfección el ritmo de sus pasos. Nunca hasta ahora. Nunca hasta que, por arte del tiempo y nada de magia, aprendí el significado de eso que la gente llama amor.

lunes, 4 de septiembre de 2017

Todas las primeras veces que tengo pendientes.

Que lo siento, joder. Lo siento por no saber demostrar tanto como siento, porque a veces tanto con palabras no se expresa, y yo no sé cómo expresarlo, siendo que ni yo misma entiendo mi lenguaje, cómo voy a traducirlo para que me entiendas con la mirada. Pero te prometo que cuento nuestra historia como si contara mi vida y te digo que suena a película. Si es que besaría hasta el olor que dejas cuando te vas o cada parte de lo que callas, y me enamoraría de todo lo que odias y tanto me gusta, e incluso descubriría rincones de tu cuerpo, llegaría hasta donde nadie más ha llegado y te daría hasta mi último aliento a base de gritos ahogados en tu cuello que solo tú y yo entendemos. 

Te prometo que abrazaría tu espalda, contaría todas tus pecas, viajaría a la Luna o a tus lunares solo por volver a estar a una distancia más que mínima de ti, porque me sobran las ganas y me falta el tiempo para quererte. Y no sé cómo te quiero, pero no sé tampoco hacerlo de otra forma porque me has enseñado a hacerlo así y no quiero saber, ni siquiera intentar, cualquier otra forma posible. Pese a no haber sido esta forma la más sana, pero sí la que más me llena. 

También te daría todas las primeras veces que tengo pendientes. Fui consciente por primera vez contigo de que medir lo que quieres es no querer nada, que vallar tus sentimientos es limitarte, que el amor no solo se hace. Tú fuiste el primero que me declaró sin apenas darte cuenta que tras haberme visto guerrear o haciendo el amor no sabías cuándo te gustaba más: cuando me proclamaba mujer luchadora o diosa. También fuiste el primero que me dejó sin palabras, que me regaló su tiempo a cambio de nada, que tiró todas las piezas de lo que era haciendo de mí el más puro efecto dominó siendo siempre la ficha de delante para que, al caer, no me lastimara. Eres el primero que me ha enseñado que la palabra amor no tiene un solo significado y que en el apartado de sinónimos está escrito el término libertad. Porque me enseñaste a amar y a amarme, y jamás me sentí tan libre como cuando uní ambos conceptos complementándome contigo.