Entiendo el amor como una
compleja sucesión de operaciones matemáticas y no porque no lo entienda y solo
me deje llevar, sino porque se basa en demostrar. No es cuestión
de calcular por calcular para llegar a algo, sino de dar los pasos correctos con el único
objetivo de no desear volver atrás. Por ejemplo, el amor es un poco suma: toma cada uno de
los caracteres y únelos. Vamos, hazlo. Suma ganas, suma ilusión y suma risas.
Muchas risas. También es, quizás, un algo de resta, porque dime tú de qué nos
servirá querer si no minimizamos los miedos, las anteposiciones, la
incertidumbre. O intenta explicarme, si eres capaz, de qué servirá el llenarnos
la boca con esas cuatro letras si cada uno de nosotros no se multiplica por dos
desafiando las normas para hacerse uno, o divide cada ápice de alma para
compartirlo a cambio de nada. Que yo me quiero integrar contigo, que quiero
exponerme y elevarte, quiero demostrarte e igualarnos. Quiero despejar tus
equis, quiero ser menos incógnita y quiero saber cuáles son exactamente tus diversas soluciones. Quiero poder identificarme con tus múltiplos y jamás con
tus divisores. Quiero que no te quiebres, pero quiero que nos fraccionemos de
forma voluntaria para, después de todo, ser un resultado común. Quiero que intentemos demostrar el concepto de infinito a base de canciones en la ducha, películas con manta por encima y besos porque sí, porque me apetece. Quiero que
reinventemos la ciencia y hacer nuestra propia lógica, ir más allá y establecer
nuestro propio idioma, que lo usemos para cada día ganarnos de nuevo. Inventar
deportes, dibujar constelaciones, ponerles nombre a las ideas y darles vida con
nuestras manos. Quiero hacer carreras en tu espalda o por cualquier lado del
que consideremos nuestro hogar. Donde sea, pero contigo. Quiero que tengamos la
historia más bonita que jamás se haya escrito y que, además, sea de nuestro
sueño y letra. Quiero verte subir, conquistar cimas y admirarte a ti y a tus formas,
porque al final, por más que quiera saberte, siempre serás mi asignatura
pendiente, y no porque me cuestes sino porque nunca quise dejar de aprenderte.
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