lunes, 28 de noviembre de 2016

Querida yo del futuro.

Querida yo del futuro,
no sé cuándo leerás esto, si en dos o en quince años, pero cuando lo leas quiero recordarte cuantísimo vales. 
Imagino que tu proyecto de vida habrá cambiado mucho, que tu mundo ya será distinto a tus ojos y que nada es, ni mucho menos, como lo imaginabas. Que el amor ya no es tan bonito como lo pintaban y que los cuentos de hadas existen solo en las películas de dibujos. Que la gente se va de tu vida tan rápido como llega y que no hay mal que por bien no venga. De todo se aprende, que no te quepa la menor duda. Supongo que habrás aprendido que de todo se sale, que nada es motivo suficiente para frenarte, que los obstáculos son sólo eso, obstáculos, no puntos finales. Eso no existe, habrás aprendido a no inventarlos. ¿Te acuerdas de cuando de un grano de arena hacías una montaña? Cuánto ha llovido desde entonces. Ha granizado, diría yo. O dirías tú. A todo eso a lo que tú le dabas una importancia terrible a día de hoy, cuando leas esto, te habrás dado cuenta de que no merece la pena. Que las oportunidades vienen y van, que los sueños se cumplen, otros se truncan, que nada se estanca, ni tú si no quieres, que las cosas pasan como quieres que pasen, que las cosas se toman con filosofía, que no hay mejor manera de aprender que fallando. Falla, falla mucho, eso es buena señal. Lo habrás intentado. ¡Inténtalo!, sea lo que sea, ¡hazlo! Aprende de una vez por todas, si no lo has hecho ya, que el tren que pasa no vuelve, que los billetes son de ida y las estaciones son efímeras y algunas fantasmas, que hay asientos vacíos desde un primer momento y otros que se vacían durante el trayecto. Y es que la vida es eso, un tren en el que tú decides quién se sube, o no, hay gente que ya estaba montada y otra que se sube sin tú apenas darte cuenta y se abrochan el cinturón, incluso te lo abrochan a ti por si vienen curvas. Valora a ésos, ésos son los que merecen la pena. Aunque a veces te quieras tirar en marcha, aunque quieras parar el tren y bajarte, aunque la tentación a veces supere a la cordura. Aunque te desquicie que tu tren no tenga parada en las estaciones que querías, aunque te saque de quicio el niño pesado del asiento de atrás preguntando cuánto queda para llegar.  Observa el paisaje, valóralo, por donde pasas ya no vuelves a pasar. El exterior está en continuo cambio, tú estás en plena metamorfosis. Despliega tus alas, vuela, chócate contra la ventanilla si así lo deseas, nada acaba ahí. Sueña, imagina, dale vida a tus ideas. Haz transbordo con otros trenes, cambia de sentido, pero nunca la dirección. No te sientes a esperar, ves a buscarlo, que no te importe lo que tardarás, que te importe lo que puedes conseguir. No te dejes llevar por la voz que te avisa de la siguiente parada, recuerda que eres tú quien decide si bajarse.
Pero, sobre todo, no te olvides que el maquinista de ese tren, el responsable de los transbordos y del aleteo, de las curvas, de las subidas y bajadas, del número de pasajeros, de las estaciones; el responsable de todo, eres tú. 
Querida yo del futuro, la vida viene sin instrucciones, tómala a tu antojo. 

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