Merodeaba yo con la cabeza baja
un domingo lluvioso por una calle de Madrid
pensando en cuál era la mejor forma
de alejar tu recuerdo de mí;
ese que quema sin arder
y que hiela sin querer,
ese que te pedí que portaras
antes de aquel portazo a las seis menos diez.
Un punto final que pusiste
con un muro y tus pasos por medio
sin reparar, creo, si quiera
en si retumbarían los techos.
La cuestión es que te fuiste
dejando a mi cuerpo seco,
habiéndote llevado mi alma
adonde solo oiga eco.
Sera intuición o miedo,
no lo sé y lo prefiero,
pero oigo chillar a mi alma
mientras tú evitas calmarla.
Y si no la abrazas ni quieres
devuélvele a mi cuerpo el alma
o deja que te quiera siempre
y que te admire aun sin palabras.