domingo, 7 de octubre de 2018

Silencio.

Silencio. De entre las miles de palabras que contemplas, silencio. Larvas de muerte en nuestra lengua y sentidos atrofiados por el ambiente que nos calla. Silencio, ante el miedo y el peligro. Silencio, siempre silencio. La tanatopraxia emocional es el arte de maquillar silencios a través del lenguaje corporal, una muy buena forma de demostrar que muchas veces entender no es cuestión de escuchar, sino de atender. Atender o tender la mano a aquel que en silencio pide auxilio. Silencio por la noche, la ciudad dormida. La Luna vela por ello, maldita cobarde que anubla e inspira a la mente. Ella, sí, ella es la culpable de que nos quedemos sin habla. Mi afonía pide a gritos que se vaya, que no la merecemos. Que ni el sexo ni la música por la noche están hechos para vivirlos callados. Que les den a los vecinos que no entienden que valen más unos minutos de placer a pleno pulmón que una vida de palabras vacías. 

Silencio. Cuando más queremos decir, acabamos asintiendo; diciendo que sí con la cabeza y bombeando noes con cada latido. En fin, somos una soberana contradicción. Para llorar, silencio. Para vivir, silencio, que bastante ruido hacemos intentando poner voz a lo que no merece palabra. Craso error. Estamos educados para pasar por la vida sin hacer ruido, pero ¿y si queremos ir con tacones por suelo de madera? No sé cómo pisa quien vive en el piso de debajo de mi vida, pero en el mío yo voy con tacones. Y si alguien de mi camino lleva tacones y quiere taconear conmigo, allá que vamos. Porque el silencio muchas veces está sobrevalorado. Porque no, porque basta ya. Porque andar de puntillas me carga los gemelos y porque no me da la gana. A mí no me han traído al mundo portando un contrato que termina con un calladita está más guapa. 
Sin embargo, no pasar en silencio implica saber moderar tu tono, porque los dolores de cabeza bastante pesados son. No somos bichos parlantes sino personas con voz. Hacer uso de ella es como poner un cuadro: tú tienes un taladro y no vas haciendo agujeros por todas las paredes a ver cuál es el que más convence, ¿verdad? Pues esto es lo mismo. 

En fin, lo mío es hablar por no callar.

lunes, 1 de octubre de 2018

Quiero que me veas desnuda.

Quiero que me veas desnuda. Sí, desnuda en cualquiera de sus acepciones y desde cualquier ángulo posible. Quiero que me mires de arriba a abajo, de abajo a arriba o de un lado a otro. Que pases por cada uno de mis cruces y mis encrucijadas, que no temas si continúas tu camino viendo a cada lado precipicio.
Ojalá en el tramo de mis ojos veas lágrimas que en su día derramé y ese almacén de veces que pestañeé fuerte para retener dolor. Y que sientas que todavía duele. Hematomas emocionales. Verás cómo se sangra sin llevar rasguños, que estar lastimado no es cuestión de golpes. Deseo que tampoco pases por alto esas arruguitas que me salen en cada lado de la cara por haber reído hasta el dolor. Porque mi vida no es una caída continua, sino un no parar sin importar la pendiente de cada cuesta. Porque todo cuesta, eso también lo verás. No descenderás sin detenerte en mi cuello y apuntar la de nudos de garganta que escondo, la cantidad de palabras que pululan por ahí resultado de silencios. Puede ser que veas secretos o fantasmas de las ilusiones que en su día pretendí contar: no te asustes, soy una mezcla de lo que busqué ser y no pude, de lo que terminé siendo, de lo que soy y también pedacitos del puzzle que deja intuir lo que seré. Como todos, vaya. Pero sigue bajando, no tengas miedo. Estás a punto de llegar a la zona con más curvas de mi desnudez. Agárrate. Mi pecho va más allá de la piel. Esconde tensión y mi alma. Esconde mis miedos y todas esas veces que creí ser valiente. Las que de verdad lo fui, también. Mi pecho es mi armadura. Soy más que un corazón. Soy más que amor. Soy más que palabras. Soy yo, expuesta pese a cubrirme con las manos. Tan fuerte como débil. Soy mis defectos y mis virtudes, míralo. Soy mis latidos y estos son mi brújula. Mi pecho es mi brújula. Detente y observa el paisaje, por favor, porque no hay nada más puro que un alma al desnudo y tú ahí lo tienes. Indaga, pero no hieras, te lo pido. Créete explorador, si quieres, y como si fuera arte estúdiame si lo deseas, pero sin deteriorar. Nadie que se desnude ante alguien merece deterioro provocado. 
Sigue bajando con cuidado, las curvas no terminan. Mi vientre es pura sensibilidad. Léelo, mira sus cicatrices e intenta descifrar qué están diciendo. Supuran lucha. Guerra continua entre mis complejos y mis ganas de ser. La eterna batalla entre lo que eres y lo que debes ser. En mi vientre hay condiciones. Hay exigencias. Está la lenta digestión de palabras hirientes. Puro caldo de complejos, ni más ni menos. Sin embargo ahí está, sin esconderse. Tócame si quieres. No el vientre sino el cuerpo, mi piel. Yo soy lo que siento. Y sigue bajando, con cuidado: yo no soy mi sexo. Ahí está todo lo que me han enseñado a guardar ¿a fin de qué? Como he dicho: soy alma. Soy lo que siento. Soy para ti lo que interpretes, para mí soy libre. Encantada. Y llegados aquí, no te detengas, por favor. Mis piernas no son más que una vía hacia la línea de meta. Que no te importe detenerte por un momento y recordar lo que has visto hasta ahora, hacer memoria y reparar en que no has hecho un viaje por mi cuerpo, sino por mi desnudez. Que estando en mis piernas estás en la misma piel que en mi pecho, que soy lo que soy, pero varío según lo que quieras ver.

Desnudándome me hago vulnerable sabiendo que no me vas a herir. Me he abierto a ti de la manera más sincera posible, de una forma en la que quizá solo yo me he visto. Te he prestado mi pecho para descansar, has visto lagos de lágrimas y tú, intrépido, has decidido aventurarte sin frenar en mis curvas. Bienvenido al hogar que te brinda mi desnudez.