No es el por qué sino el para
qué. Muchas veces he priorizado (por no decir siempre) el cómo se dicen las
cosas y no el motivo que lleva a decirlas, porque el móvil puede ser un cruce de cables, pero las formas son
algo que nace. Es una criaturilla, un mini-tú verbalizado. Por eso me duele que
me digan gorda. Por eso me duele que me miren pensándolo porque, sí, también se
nota. Hay quienes te miran con lástima, otros que acompañan sus ojos con la
risa. Es así y es la condena de las personas gordas (al menos hasta el día de
hoy). Duele. Lo que comienza siendo en el colegio tonterías de niños (que más
de una vez me lo han dicho, que son tonterías de niños, que no haga caso) acaba
siendo una losa.
Desde hace un tiempo he decidido
retomar la vida saludable y hacer deporte, no por demostrar nada a nadie, sino
por el simple hecho de que me gusta. Comenzó siendo un suplicio porque me daban
los siete males exclusivamente de pensar que me podía ver alguien conocido
porque vete tú a saber qué se iba a pensar (muchas veces tener un complejo o
una condición que se sale del estereotipo conlleva crear en ti esa villana
malpensada de Disney, ¿vale?), para qué voy a mentir. Hoy en día me gusta mucho
salir a correr, a andar, a dar paseos en bici… en fin, que me gusta hacer
deporte. La cuestión es que hoy he decidido salir a hacer un poco de aerobismo
(footing para los amigos) por la mañana porque con el fresco matutino se va
mejor y hay menos gente, por lo que me ahorro atascos innecesarios de personas
saludables. Bueno, pues hoy me han vuelto a llamar gorda desde un coche. Así: ¡gorda!, ¡gorda!, ¡gorda! Como si fueran cheerleader o algo por el estilo.
La cuestión es que me he parado a pensar (no literalmente, yo he seguido mi
camino corriendo con el orgullo un poco tocado, que no hundido) y he terminado
preguntándome qué pasaría si esto me lo chillaran yendo con alguien que quiero,
que me importa, porque nunca me han dicho nada estando acompañada. Mi
conclusión ha sido que me avergonzaría muchísimo y con muchísimo quiero decir
que de uno a dos me avergonzaría tres. Imagínate. Ya no solo por mí, sino por
quien me acompañase en el momento. Y tú te preguntarás por qué. Pues vamos por
partes: cuando comencé a cambiar mi modo de vida veía una puta cuesta
ascendente interminable con piedras que se caían hacia mí y todo, una locura.
Lo veía todo muy complicado porque había vivido muchos años sumida en el
conformismo de ser la gorda, aunque
no me gustara, y salir de aquello no iba a ser tarea fácil. La cuestión es que
salí porque yo quería salir, por salud, no porque estuviera socialmente mal
vista. Bueno, pues si me dijeran gorda
estando acompañada por alguien que me importa sentiría que mi proceso sigue en
el punto de partida. No sé por qué. Bueno, sí lo sé: porque volvería a hacerme
pequeña ante esa puñetera palabra. Porque volvería a ser algo frágil y
vulnerable, a creerme lo que me dijeran finalmente. Lo sé porque hoy, muchas
veces no se acuerdan de lo que hice bien hace un tiempo, sino de que yo, la que
hizo aquello bien, era la gorda (o la que
estaba fuerte, en su defecto, hay quienes no se atreven a pronunciar esas
cinco letras). Y no me lo tomo a mal, pero quedarse con lo superfluo quizá no
sea lo más agradable. Siendo gorda también era amiga de mis amigos, como ahora,
y ayudaba a todo aquel que podía, como ahora. Pero era gorda. Y aun hoy sigo
siéndolo a la vista de muchos. Pero la vista de muchos no es la mía, claro
está. También me avergonzaría por quien me acompañase, pobre de aquel que tenga
que verme fingir que no pasa nada. Sobre todo si me conoce, porque se va a dar
cuenta. Pobre porque si a ese alguien le importo, le va a doler verme así. Y
qué pensará, me preguntaré yo. Cómo le habrá sentado, me diré. ¿Pensará lo mismo?
Esa será mi pregunta final. Y entonces mi orgullo ya no solo estará tocado: se
habrá hundido.
Sé que si alguien me quiere
realmente me querrá por el para qué y no por el por qué. Me querrá para que le
quiera y para quererme, para que estemos y nos demostremos, para vernos en las
buenas y las malas. No me querrá porque quiere que le quiera, no me querrá
porque quiere que esté en las malas. Me querrá en buen tono y no con malas
intenciones. Me querrá consigo sin motivos, para tenernos. Sin embargo, duele.
Duele pensar que alguien puede pasarse al lado oscuro. Por más que confíes en
la gente que te rodea, suele costar confiar en ti. Siempre se es para uno mismo
una asignatura pendiente, no nos engañemos. En alguna parcela de nuestra vida,
todos nos hemos sentido y nos sentimos inseguros. Porque sí, porque lo llevamos
en nuestro ADN y porque el miedo es irracional. Soy de esos que creen que la
inseguridad va ligada al miedo. En mi caso ¿miedo a qué? Pues tampoco me he
parado nunca a pensarlo. Miedo, a secas. Soy insegura a tiempos parciales, eso
sí, porque hay días que me comería el mundo y otros que me como la vuelta de la
esquina y tengo empacho. Son rachas, supongo. Y no por estar gorda, sino porque
soy humana. En definitiva y como iba diciendo antes de andarme por las ramas:
me duele que seamos tan duros con los demás y tan críticos con las variables.
Mi cuerpo (haced énfasis en el mi los
que estéis leyendo esto) es variable. Mi forma de ser es constante. Las
variables varían, valga la redundancia, mientras que las constantes permanecen
pese a la huida de los elementos variables. Hace unos años hice un esfuerzo
sobrehumano por aquel entonces para aprender que todos tenemos una constante
común y es que somos personas, aunque el hecho de ser humanos es una variable
que dependerá de nosotros mismos. Juzgar un jardín es fácil si no sufres la
complejidad del mantenimiento y la vida de cada flor. Así somos nosotros: nos
creemos simples pese a ser complejos.
Yo, gorda, lo digo de corazón, de
estómago y de pierna izquierda si queréis: deberíamos no doler tanto ni
recalcarle a cada cual algo que por sí mismo puede ver y de hecho ve. ¿Creéis
que un gordo no se ve gordo o que, por el contrario, una persona delgada no ve
lo delgada que está? ¿En serio? Si una persona varía en peso bruscamente, lo
nota. Creedme, lo nota. Si consigue hacerlo habiéndolo buscado, felicitémosle
por cumplir el objetivo, si no, no hay nada que recriminar. Una persona que
cojea sabe perfectamente que lo hace, no hagamos leña del árbol caído. Una
persona sorda se da cuenta de que no oye, no nos ensañemos. Una persona calva,
sabe que lo es, no hace falta recordárselo continuamente. Y así con todo.
Preocupémonos más de nosotros, cada uno de sí mismo que ya de por sí somos un
mundo por descubrir.
Poco más puedo decir, tras estas
letras mi orgullo esta un poquito más sanado. Al final uno es quien más daño
puede hacerse a sí mismo, solo hay que elegir: ser aliado o estar contra de ti.
Yo estoy conmigo y, hasta que me dé por hacer punto de cruz, por ejemplo,
seguiré corriendo, que no es de cobardes y las personas gordas también podemos.
Seguiremos informando.